Insiste Rajoy en una entrevista radiofónica en que su intención es agotar la Legislatura, e insinúa que piensa presentarse a la reelección. Es decir, teniendo en cuenta que tocaría celebrar las elecciones generales en junio de 2020, nos faltan aún dos años, cuatro meses y, sobre todo, cinco días (ahora explico esto de los cinco días), para ir a las urnas en unas nuevas legislativas. Muy largo me lo fiáis, me da la impresión. Y es que el mundo, y sobre todo nuestro pequeño mundo patrio, se mueve a una velocidad de vértigo: las cosas no están precisamente como para hacer predicciones a largo plazo.
Le pregunté este miércoles a Albert Rivera si él cree que, efectivamente, se llegará a agotar la Legislatura hasta alcanzar nada menos que hasta la primavera de 2020 y si pensaba que será Rajoy nuevamente quien encabece el cartel del Partido Popular. En realidad, lo que le estaba yo preguntando al líder de Ciudadanos era si él se ve ya como presidente del Gobierno de España, y qué papel creía que le estaba reservado, en este panorama, al actual inquilino de La Moncloa.
Pero Rivera fue cauto y, a la vez, amenazante: sabe que la supervivencia de Rajoy depende en buena parte de él. «Si Rajoy tiene palabra, podrá contar con nosotros y con que apoyemos los Presupuestos», se limitó a decirme Rivera, en uno de esos multitudinarios desayunos informativos que casi siempre resultan tan interesantes. Y luego se lanzó a descalificar sin disimulo a su aún ‘socio' Rajoy (al fin y al cabo, Ciudadanos pactó con el PP la investidura del candidato ‘popular', que está donde está gracias al apoyo ‘naranja'); dijo de él, insinuaciones sobre corrupción aparte, y sin citarle expresamente -aunque se le entendía todo--, que lleva cuarenta y dos años en la política, constituyendo un ejemplo de no renovación de caras y, se supone, de ideas.
Cierto: Rajoy, a quien respeto y de cuya trayectoria pública pienso que ha tenido más momentos positivos que negativos, aunque estos últimos no hayan faltado ni falten, se ha convertido ya en el político con más trienios acumulados, el que más tiempo ha permanecido, todos sus destinos en el pasado contabilizados, en un coche oficial. Lo cual tampoco significa que se tenga que marchar ya necesariamente, para ser sustituido por alguien en su partido, o por Rivera o, acaso más probablemente, por una coalición entre Ciudadanos y los socialistas: aún albergo la esperanza -leve-- de que Rajoy entienda el mensaje y se lance por el camino regeneracionista, antes de aplicarse la limitación de mandatos. Que es algo que me parece muy sano y conveniente se trate de quien se trate.
En todo caso, respecto a la eventual sucesión del actual presidente del Gobierno, creo mucho más en un acuerdo de coalición PSOE-C's que en las actuales conversaciones Rajoy-Pedro Sánchez, que son dos personajes que se detestan y de cuyos pactos temo que no podremos esperar mucho alcance.
Así que a Rajoy le quedan dos años y cuatro meses para intentar la supervivencia, con o sin Presupuestos -también puede vivir sin que se aprueben--, con o sin consensos. Pero le quedan, además, cinco días. Quizá los peores. Los que median de aquí a la sesión de investidura --¿de quién?- en el Parlament catalán. Como al propio Rajoy le gusta decir, menudo lío. Ahí tenemos al ministro del Interior, en una de las declaraciones más raciales que se le recuerdan, asegurando que las fuerzas de Seguridad del Estado se han movilizado para impedir que Puigdemont, que es el candidato de consenso independentista, pueda entrar ilegalmente en España, aunque sea en el maletero de un coche o en un dirigible. O, eso lo digo yo, disfrazado con la peluca de Carrillo. Dios mío.
Desde luego, si, dentro de cinco días, el fugado ex president y aspirante a president logra colarse en la sesión de investidura, con el tsunami que se seguiría, sobrarán los otros dos años y cuatro meses de Legislatura. Todo habrá acabado probablemente para Rajoy. Y no deja de ser triste que el destino de un gobernante democrático y al que debemos bastante por más que represente al pasado y se equivoque en algo en el presente, dependa de las trapisondas de un peso pluma de la política como Carles Puigdemont. Pero así vamos, qué le hemos de hacer.