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OPINIÓN | Fermín Bocos

El toisón de oro

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La Historia se complace en la ironía. El mismo día que el Parlamento de Cataluña celebraba un pleno (posteriormente aplazado, pero no suspendido), en el que los partidos separatista desafiando al Tribunal Constitucional pretendían investir presidente de la Generalidad al prófugo Carles Puigdemont, el Rey Felipe VI imponía el collar del Toisón de Oro a su hija, la princesa Leonor, heredera de la Corona de España. El primer acto lleva en su naturaleza un impulso que pretende romper la unidad de la Nación más antigua de Europa. El segundo, la ceremonia del Toisón remite, a todo lo contrario: a los siglos de continuidad de la Historia de España.

La Orden, cuyo símbolo, el vellón dorado de un carnero, evoca las hazañas de Jasón y los Argonautas, fue creada en 1429 por Felipe el Bueno duque de Borgoña y conde de Flandes en ocasión de su boda con Isabel del Portugal. El Toisón de Oro, la Orden caballeresca de la que han sido Grandes Maestres los reyes de España desde el emperador Carlos I es un símbolo de la permanencia de algunas de nuestras instituciones. La política cambia con los tiempos pero hay instituciones que permanecen y recuerdan de dónde venimos y cuáles fueron las inquietudes de quienes nos han precedido.

Que en el mismo día que en el Parlamento de Cataluña volvían a soplar vientos de fronda, el Rey, que según lo establecido en la Constitución es el Jefe del Estado y símbolo de su unidad y permanencia, haya querido celebrar que cumple 50 años cediendo el protagonismo a su hija y heredera, es un hecho relevante. El Toisón de Oro no es un vestigio histórico más. Expresa la continuidad de la propia institución monárquica. Su permanencia en el tiempo.

Que la Princesa Leonor, heredera de la Corona, comparta los títulos no menos históricos de Princesa de Asturias, de Gerona y de Viana, remite a esa misma continuidad histórica que en el caso de Cataluña pretenden romper los separatistas.

Con arreglo a sus normas, los caballeros y también las damas que han sido honradas con el collar de la Orden, a la sazón la reinas Isabel II de Inglaterra, Beatriz de Holanda y Margarita de Dinamarca, estarían obligados a llevar siempre consigo el collar. Quien no obedecía sufría la «peine de dire une messe de quatre solz et quatre solz donnés pour Dieu». No es gran penitencia.

Peor será la que puede recaer sobre Roger Torrent, flamante presidente del Parlamento de Cataluña, si pretende seguir adelante con la farsa que supondría la elección telemática del prófugo Puigdemont.

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