Ana Botella fue una buena alcaldesa y gestora de Madrid porque no desbarató mucho la capital y bajó un montón la enorme deuda pública que había dejado Tutangallardón. Eso sí, cometió un error gravísimo, imperdonable: decir, como si supiera inglés, que una de las cosas que el guiri tenía que hacer en la Villa y Corte era tomarse un café con leche en la plaza Mayor. Aquello fue el acabóse. Toda la izquierda flautica y prediluviana se le echó encima, no tanto por el café o por la leche, sino por la mala leche de que está funcionaria era la señora Aznar.
Ahora le toca el turno a La Cifu que está en el ojo del huracán de millones de adoctrinados. Si ha hecho una triquiñuela, pues tendrá que irse, pero hete aquí que la dimisión de La Cifu plantea daños colaterales. Hace un par de años Coleta Morada se quitó de en medio a la corriente errejoniana (si es que a eso se le puede llamar corriente) y para ungir a su colega Errejón, lo nombró candidato a la Comunidad de Madrid, y ahora se da la siguiente paradoja, ambas universitarias: se tendrá que ir La Cifu por el asunto turbio del máster y en las próximas elecciones madrileñas se va presentar para su puesto oficialmente, un chaval que fue becario de la Universidad de Málaga para estudiar la vivienda en Andalucía (¡!) que cobraba 1.825 euros al mes, que tenía que trabajar 40 horas y que fue expedientado por la propia Universidad malagueña.
En el caso de La Cifu no había dinero público por en medio, en el caso de Errejón, sí. Habría que exigirle a uno, lo que se le exige al otro. ¿Y lo de encender Lavapiés?, asunto tan grave, ya difuminado, ¿por el caso Cifu?