La carabela portuguesa cuando pica, pica de verdad (y cuando se enrolla ni te cuento) y visita de vez en cuando las Pitiusas. Es una medusa capaz de moverse a vela y posee un tentáculo de un azul brillante, que puede llegar a medir cincuenta metros y pega una descarga peligrosa. La primera vez que la vi fue mientras me bañaba en la idílica isla de Kiwayu, a pocas millas de Somalia. Encantadoras latitudes donde tienes que esquivar fieros piratas, tiburones tigre, mambas, moscas tsé-tsé, mosquitos contaminantes de malaria... y lo más mortífero aunque menos conocido: ¡el agua embotellada plásticamente! Los porteadores a menudo dejan las botellas a pleno sol, con lo cual el plástico destila en el agua un no sé qué venenoso que enferma lentamente a quién bebe de la botella maldita. (Aviso a deportistas o picnics domingueros que desafían los calores estivales).
Si no tienes un botijo, lo más recomendable es beber cerveza y por supuesto gin-tonics, bebida alquímica que fue fundamental en la expansión colonial de Inglaterra, pues es una combinación privilegiada que mejora el sense of humour, baja la fiebre y ahuyenta la malaria (no así el puritanismo anglosajón y su cerval terror al mestizaje con las venus nativas, pero eso tampoco lo remedia el H2O).
En Kiwayu una voz swahilli me avisó de no moverme, y cuando te gritan eso en el Océano Indico, realmente te paralizas. Tenía una carabela portuguesa al lado, con un interminable tentáculo de un precioso azul que fui esquivando con contorsiones dignas de Nadia Comaneci.
Hakuna matata, pero salí del agua con cierta tensión que solo se quitó con un buen copazo. Por eso recomiendo a los bañistas que se acerquen a Salinas o a cualquier otra playa, que además de comprobar la dirección del viento, lleven una buena petaca.