La política española, desde el pasado jueves por la tarde, ha dado un vuelco tan impresionante que ni siquiera la sibila de Cumas sabe lo que va a pasar en el próximo año y medio.
O sea hasta que en las próximas elecciones barra Ciudadanos, que es el partido ahora mismo de la mayoría de los españoles, quienes, sin embargo, están abocados ser gobernados por una minoría, el PSOE, más un conglomerado de partidos de una heterogeneidad extraordinaria cuyo verdadero anelo es o bien cargarse el sistema o bien convertir España en una ensoñación bolivariana de antes del 36, más el empuje de grupos de nacionalistas de izquierda y de derecha cuyo fin es cargarse el modelo territorial e independizar sus taifas de lo que tal vez deje de ser el país más antiguo del mundo.
Es verdad que Rajoy no ha sabido estar a la altura, ni aplicando de verdad la Constitución, ni cambiando el modelo electoral por el que el voto de un vasco vale más que el voto de un ibicenco, ni cortando de raíz la enorme corrupción mafiosa que ha acabado por carcomer su propio partido y a él mismo.
Y es también verdad que los que le van a suceder tienen casos de corrupción de no te menees. Veremos cómo se vive en la incertidumbre. Está claro que nos espera año y medio en los que ojalá no se tambaleen los mercados, que eso sí que es importante.
Si Pedro Sánchez se planta y es capaz de controlar a los aniquiladores de su propio país, pues a trancas y barrancas aguantaremos. Pero en el momento en que algún podemita o ezquerrano a lo Rufián sea ministrable, entonces veremos qué pasa con la inversión, y sin inversión, no somos nadie. La ideología pura no da de comer, a algunos sí, a los demás no.