En febrero de 2017 cubrí como periodista el Congreso Nacional del PP en Madrid, en el que Mariano Rajoy fue confirmado como presidente del partido conservador cuatro meses después de ser investido presidente del Gobierno gracias a la abstención de buena parte de los diputados del PSOE. Después de tres días de congreso, afiliados de todos los rincones del país se llevaron a casa montones de fotos con los ministros y presidentes de comunidad autónoma que tanto salen por la tele. ¿Debate de ideas? Más bien escaso. Ataques a la izquierda por vaciar las arcas del Estado, reproches a los independentistas por querer romper España y alabanzas por haber conseguido mantenerse en el poder a pesar de todas las dificultades.
Dieciséis meses después Pedro Sánchez vive en La Moncloa, Rajoy vuelve a trabajar en el Registro de la Propiedad de Santa Pola y en el PP está a punto de empezar una batalla épica por el poder. El partido, que históricamente ha cobijado a personas de un amplio espectro ideológico –desde el centro hasta la derecha simpatizante con el anterior régimen dictatorial–, ve cómo Ciudadanos hace tiempo que le empieza a coger terreno gracias a su discurso anticatalán. Más que renovación de nombres, lo que a mi entender necesita el PP es un debate serio sobre el camino a escoger para resolver los problemas de los ciudadanos. Tampoco estaría de más que el futuro líder hiciera autocrítica por los numerosos casos de corrupción que han salpicado al partido y que en tan mal lugar dejan a los miembros del PP que trabajan para por el progreso de sus pueblos y ciudades.