Me cuenta el poeta Vicente Valero que los contrastes portmanyís le tienen maravillado. Eso de pasear por la calle Cervantes –mar sesgo, viento largo, estrella clara—y toparse en la misma acera con una protestante inglesa media desnuda en biquini al lado de una musulmana vestida con el burka, es algo único del cosmopolita y tolerante San Antonio. ¿Gin&tonic o té a la menta? Las diferentes culturas de más allá del Canal de la Mancha y la otra ribera mediterránea se entremezclan y se ignoran mientras los viejos ibicencos lo ven todo sin asombrarse de nada.
Pero Valero es poeta, y cuando sale de su casa y los bosques, y se sienta en la mesa de un bar en vez de meditar en lo alto de una encina dorada, ¡ah, las volubles musas!, entonces nuevas inspiraciones de corte más mundano lo asaltan.
Valero me confiesa que las diferentes estampas le recuerdan a una imagen del fotógrafo Heinz Vontin en los años 50, cuando retrataba espontáneamente a una tierna payesa toda vestida de negro al lado de una turista sueca florida y descocada. ¿Todo cambia para seguir igual? Siempre han mandado las gatopardas, aún más caprichosas que las musas.
Pero en San Antonio los contrastes son continuos como en una corte de los milagros. Su localización geográfica privilegiada, la bahía esplendorosa, la puesta de sol, sabrosa gastronomía, encantadores nativos…se juntan con una serie de horrores engendrados por una pasada época esclava de la fácil pela turística: arquitectura suicida, packs bárbaros, mafias, bakalao, tampvodka... Ahora desea reinventarse de nuevo y resurgir cual ave fénix en una apuesta por lo bueno que sería caballo ganador. Ya se lo merece para seguir maravillando.