El pollo lingüístico que se vive oficialmente en Baleares (no en la calle, donde imperan la cortesía y el sentido común) se cruza con el mareo de la perdiz de las subvenciones. El caso TEF es ilustrativo de hasta dónde puede llegar el tan ibérico esperpento de la reeducación lingüística: Les niegan ayudas por hablar en ibicenco y su protesta consistió en informar en español.
Con esta manía de reunificar las lenguas insulares bajo la pureza semántica catalana, me acuerdo de cuando José María Areilza preguntó a Juan March cómo evitaban el espionaje industrial. «Muy fácil, hablamos mallorquín», respondió el ¿último? pirata del Mediterráneo. Si se cumplen los planes del empecinado Govern Balear, esto ya no será posible.
Aunque la gente en la calle habla lo que quiere y las lenguas se mantienen por su espíritu popular antes que por cualquier otra imposición del gobernante de turno. Ya me lo dijo un prócer pitiuso: «A mí Franco no me dejaba estudiar en catalán y a mis hijos, los que se llaman demócratas, les impiden estudiar no solo en ibicenco sino también en español». Es la ley del péndulo histérico.
La TEF es un medio independiente que refleja la actualidad de Ibiza y Formentera mientras defiende el habla insular, al contrario que los burrócratas que presumen de sa nostra terra mientras tratan de erradicar la presencia del ibicenco. La desaparición de una lengua es una tragedia humanista. Ya toca pues que algunos políticos se quiten la careta defensora de la idiosincrasia isleña cuando funcionan como un satélite de la órbita catalanista.
Francia e Italia también tienen la fortuna de hablar numerosas lenguas, pero a nadie se le ocurre dificultar el aprendizaje del francés o italiano. Tampoco ir contra el napolitano o el provenzal. Eso son cosas del delirio independentista.