Que las lenguas son herramientas de comunicación y no un obstáculo al entendimiento nadie alberga dudas, tanto como que nuestra diversidad lingüística representa una de las riquezas a proteger y preservar. El problema surge cuando estas herramientas son usadas por políticos obtusos para obstaculizar la convivencia, seña de distinción en la abierta, multicultural y próspera sociedad ibicenca, tierra de acogida donde la realidad del turismo benefactor amplió el abanico lingüístico a una tercera lengua, el inglés que todos chapurreamos.
Desde la llegada de la coalición Frentepopulista - PSOE, Chavistas podemitas y pancatalanistas - todo cambió. Una de las lenguas co-oficiales fue proscrita de las instituciones, justamente la que nos da la libertad de trabajar en toda España y en el lejano “Plus Ultra”, de donde muchos ibicencos volvieron con fortunas.
Imponer una lengua ajena a Ibiza es un hecho cuyos perjuicios pagamos ya. Hay plazas desiertas de médicos, de funcionarios en cementerios o para limpiar colegios por la imposicion del catalán. Muy pronto no tendremos aparejadores ni empresarios. A todos estos gremios exigen el catalán, una lengua que no curará el cáncer, no limpiará mejor los institutos, no construirá edificios mejores ni cuidará mejor los cementerios.
Nos venden que cuando Guillermo de Montgrí liberó la isla de la ocupación islámica, venía de los países catalanes y dio una lengua al ibicenco, hasta entonces mudo. Pero lo cierto es que Bisbe Montgrí, vasallo del rey de Aragón, vino a recuperar para la cristiandad y al amparo de una bula papal que convirtió la reconquista en cruzada cristiana, unas islas con lengua propia y de la mano de Pedro de Portugal y Nuño Sánchez, ninguno con ocho apellidos catalanes. Las mesnadas del rey Jaime I incluían también a italianos y francos, portugueses, navarros, castellanos y hasta aquí.
«Una lengua, una nación» es la teoría nacionalista de Fichte - el derecho a decidir - qué importa Carl Schmitt en las leyes racistas de Nuremberg - jurista del partido NSDAP - bajo cuya justificación de «una misma cultura y lengua» se invadió Alsacia y Lorena, los Sudetes y hasta Austria. Cuando los socialistas Stalin (internacionalista) y Hitler (nacionalista) invadieron «tete a tete» Polonia, estalló la II Guerra Mundial.
¿Por qué les cuento esto? A principios del siglo XX una parte desencantada de la burguesía catalana, arruinada como los Güell tras perderse Cuba, comenzó un proceso de separatismo basándose en el ideario del nacionalismo novecentista, «una lengua, una nación» aunque su principal rasgo de nación - la lengua - no tenía diccionario.
Así, uno de los firmantes del manifiesto a favor de la raza catalana, el químico - que no lingüista - Pompeyo Fabra, expolió los diccionarios del mallorquín, menorquín y valenciano para institucionalizar el “catalán estándar” en 1932, ese que cuelan hoy como lengua ibicenca, preexistente a la llegada de Montgrí, y llamada hoy un modismo local, dialecto insular del catalán, su hijo cultural, y por ello anexionable al imperialismo Cat.
La sociedad pitiusa necesita proteger su cultura, pero también recuperar su historia y el sentido común que los políticos desvirtuaron, promoviendo las lenguas que hoy sustentan nuestra libertad y prosperidad, el español e inglés, anuladas con las leyes idiomáticas del equipo de Company y que aplica el frente popular marxista de Armengol, cuyas secuelas arrojan los peores resultados en enseñanza.
Bajo esta separatista herramienta política «una lengua una nación» imponen en libros de historia su falsedad, «los países catalanes» borrando de un plumazo la historia europea del reino de Mallorca, integrado en Aragón y por ende en España, de cuya condición sus reyes se vanagloriaban: «Barones, ya podemos marcharnos; hoy a lo menos, hemos dejado bien puesto el honor de España». Jaime I de Aragón, Concilio de Lyon (1274).
Prestigiosos coetáneos lingüistas del químico Pompeyo Fabra denunciaron aquel «decreto de nueva planta» como fue calificado el diccionario Pompeyino.
Son personalidades ocultadas por el nacionalismo tan relevantes como Antoni Maria Alcover, Francesc Carreras y Candi, Francesc Matheu, Ramón Miquel y Planas, Jaume Collell y Bancells o Josep Pin y Soler, todos conocedores de que hasta principios del siglo XX los catalanes se referían a su lengua como “llemosí o barceloní” - Oda a la patria, 1833, Buenaventura Carlos Aribau.
Desde VOX defendemos las señas de identidad cultural y lingüísticas de mis abuelos catalanes y menorquines, tierras desde donde miles de mujeres y hombres emprendieron la mayor proeza civilizadora que conoció el orbe: la hispanidad. Desconocer nuestro pasado nos condena al conflicto civil. No lo permitamos. España, nuestro mejor patrimonio, está en riesgo de perderse por la deserción del PP y el ombliguismo político de resentidos y cleptómanos con cuya semilla tergiversadora solo brotan desencuentros y discordias.
«Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado». Orwell.