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Opinión/Jorge Montojo

Kama-loka

| Eivissa |

Cuando tengo resaca me da por leer en sánscrito. Y me entero de que estamos en la esfera de Kama-loka (el mundo de los deseos regido por el dios hindú del amor), de la cual quieren escapar algunos yoguis y monjes ascetas para encontrar su liberación. Entonces recuerdo la aventura del muy sobrio Walter Benjamin en la Ibiza antigua:

Una polaca vertiginosa entró en el bar Migjorn, se acercó a la barra y ordenó dos copas de una temida ginebra de setenta grados. Paseó una mirada refulgente sobre la asombrada concurrencia antes de apurarlas en un par de tragos. Luego cerró los ojos relamiéndose y retó: “¿Alguien se atreve a beber conmigo?”.

El filósofo Walter Benjamín recogió el guante porque pese a toda su serena inteligencia tiran más dos tetas que dos carretas. El hombre más cerebral queda siempre desnudo como un niño caprichoso ante la aparición de una diosa ligera de cascos. Una Ishtar que sonríe a quien decide seguirla al borde del precipicio, donde flota un mensaje como señuelo burlador de caballeros errantes: “¡Salta! no es tan ancho como parece.”

Walter Benjamín experimentó el raptus y, ante el asombro de sus amigos, traicionó su consciente sobriedad. Bebió a la polaca en su ginebra, sintiendo dos balas de plata perfumadas de enebro entrando en su palpitante corazón.

Resistió unos minutos más la acariciante mirada de la divina traviesa y salió a trompicones al exterior. Allí se tambaleó y fue sujetado por su amigo Jean Selz. Durmió la mona en su casa de San Antonio, soñando navegar por mares lunáticos con damas de armiño. En el hastío de la resaca también se encuentran filosofías.

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