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Opinión/Jesús García Marín

Ibiza, charanga y pandereta

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El ibicenco Josep Clapés (1864-1916) fue uno de los grandes personajes de nuestra cultura, además de mentor de Macabich. En 1909 escribió en la prestigiosa Revista de Menorca un artículo jocoso sobre Los muertos mandan, la novela en la que Blasco Ibáñez escenificó una Ibiza que se sacó de la chistera. En la misma, un mallorquín, Febrer, acaba en Ibiza, tras estar a punto de casarse en Mallorca con una joven rica de raíces judías, relación que no gusta a los muertos de Febrer, ya en Ibiza este personaje se enamoró de una ibicenca y vivió en una torre, “conociendo” la vida rural ebusitana. Para aderezar su obra, Blasco, había pasado breve estancia en Ibiza tomando notas campestres. Clapés leyó la novela y se quedó alucinado por las inexactitudes cuando no tonterías sobre la vida en Ibiza que narró Blasco, pero la traca fue cuando Macabich que conocía el pasado y presente ebusitano se quedó de piedra tras tragarse el tocho de Blasco que debió considerar, en lo etnológico, como un panfleto infumable. Clapés comienza escribiendo en alusión a Blasco que «en quince días no se estudian, no se pueden estudiar las costumbres de un pueblo». Repasa más tarde las invenciones que de Ibiza han escrito algunos viajeros (López de Villanueva, Bordas, Víctor Navarro) y añade el suplicio que supone leer los ‘detalles ibicencos' en la novela blasquiana. La indumentaria descrita por el valenciano no es ni siquiera de principios del XX, sino de por lo menos cincuenta años atrás. Blasco señala que las mozas pitiusas llevan hasta diez o doce zagalejos, o sea una tonelada de faldas y que los curas de Ibiza eran aguerridos como los corsarios y sabían usar los cuchillos. Conclusión: una Ibiza que solo existía en la mente de Blasco pero que él vendió muy bien en todo el mundo.

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