El periodismo de guerra es tan antiguo como la guerra misma. Ha habido muchas formas de contar las contiendas, principalmente desde la literatura, con Homero como referente indiscutible, pero resulta necesario el ejercicio que tiene la denominación opuesta: el periodismo de paz, término creado por Galtung en 1965.
La evolución del periodismo de paz se traduce en un ejercicio que puede contribuir, no sólo a la resolución de conflictos, sino también a la solución de sus consecuencias e incluso a su prevención. Los efectos de los enfrentamientos pueden mantenerse durante décadas y siglos, y ahondan en la desigualdad y la injusticia social.
Galtung dice que no hay únicamente violencia directa, sino también estructural y cultural. La directa o física es más propia de la guerra, pero las otras se derivan de ella o de cualquier situación de conflicto, y pueden perpetuarse y ser muy destructoras. La violencia cultural justifica la violencia física como medio para lograr un fin y es incitadora del racismo. La estructural implica una cronificación de las desigualdades a partir de su asunción como costumbre y se deriva también de las dificultades de acceso a necesidades y derechos básicos.
En momentos de tensión social, los medios deberían ejercer un claro periodismo de paz para no contribuir a la fragmentación. El periodismo de guerra se orienta hacia la narración del conflicto y la violencia, a veces con tintes propagandísticos donde las élites adquieren relevancia, donde hay una clara dualidad entre «nosotros» y «ellos» –«víctimas dignas e indignas» para Chomsky y Herman (1990)- y la victoria es la meta (juego de suma cero). El periodismo de paz busca la resolución del conflicto, da voz a todas las partes sin valorar buenos y malos, analiza y contextualiza los hechos, busca los puntos comunes y positivos, con la participación y un compromiso firme con la justicia social como meta.