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Opinión / Lucas Ramon Torres, sacerdote.

Domingo 33 T.O. (Lc. 21,5-19)

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El Evangelio nos habla de la belleza del Templo de Jerusalén, orgullo del pueblo de Israel. Jesús revela que llegará un día en que el Templo será destruido totalmente. El discurso del Señor es llamado “discurso escatológico” porque trata sobre los acontecimientos finales de la historia. El Señor habla de tres acontecimientos: la destrucción de Jerusalén que ocurrió unos cuarenta años después, el final del mundo y la segunda venida de Cristo, llamada parusía, en gloria y majestad. Jesús también anuncia persecuciones contra la Iglesia, y exhorta con insistencia a la paciencia, a la oración y a la vigilancia. Los discípulos preguntan cuál será la señal que anuncia estas cosas. Jesús contesta: No os dejéis engañar; viene a decir que no debemos creer que el fin del mundo es inmediato, como afirman algunas sectas. La respuesta del Señor se refiere en realidad a dos acontecimientos: la destrucción de la Ciudad Santa y el fin del mundo: La mentalidad judía los veía relacionados entre sí. Ambos hechos son como un símbolo de las catástrofes que acompañarán el final del mundo. Habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares, habrá cosas aterradoras, pero el fin del mundo no es inmediato. ¿Cuándo llegará el fin del mundo? No lo sabemos. Solamente Dios lo sabe. Lo que advierte Jesús es que no hemos de temer a pesar de las tribulaciones, persecuciones y adversidades que se presentan. «Me han perseguido a Mí, también os perseguirán a vosotros».

De las palabras de Jesús se deduce también que todo cristiano debe estar dispuesto a perder la vida antes que ofender a Dios. Solamente el que permanezca fiel al Señor alcanzará la salvación. Supliquemos a Jesús poder perseverar en su amor y servicio hasta la muerte. Donde hay amor no hay miedo, sino confianza y seguridad.

Es envidiable contemplar esas personas que, en medio de grandes adversidades y tribulaciones, conservan esa paz interior, esa alegría íntima al comprender que Dios los ama, y que todo lo que El quiere o permite es para nuestro bien. Quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios basta.

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