Según van pasando los días, resulta menos complicado vislumbrar el futuro inmediato que nos espera a todos sin excepción. Si tenemos presentes las previsiones que ha hecho publicas el Fondo Monetario Internacional sobre nuestro país, pocas dudas le pueden quedar a nadie de que nos vemos abocados a un escenario realmente complicado y preocupante.
La batalla que se está desarrollando contra la pandemia de coronavirus dejará un rastro de heridos realmente espeluznante. El descalabro económico y laboral que resulta previsible nos obligará a todos a tener que hacer frente a una situación social extremadamente tensa y en muchos casos diría que caótica.
La necesidad de luchar a cara de perro contra esta pandemia y, por tanto, la obligación de seguir un estricto confinamiento, así como de paralizar la practica totalidad de la actividad comercial, industrial y laboral, en general, provocará pérdidas millonarias que serán tremendamente difíciles de recuperar. Las consecuencias directas de todo ello serán numerosas empresas arruinadas o, prácticamente, miles y miles de trabajadores abocados al paro, superando el 20 % de desempleados nuevamente.
Las administraciones públicas, sean del color político que sean, se verán obligadas a reestructurar sus presupuestos. El orden de prioridades de las mismas cambiará. Serán necesarios sacrificios por todas las partes y habrá que afrontar la situación con la mayor unidad posible. No caben dudas. Hay que entender la gravedad real del momento y trabajar todos a una para reorientar la economía de nuestro país. Sigamos el ejemplo de aquellos países que han decidido aparcar la diferencias políticas temporalmente para trabajar codo con codo, gobierno y oposición. Y eso debería ocurrir en todas y cada una de las instituciones del estado español.
Es hora de que todas las partes renuncien a los egos inútiles, que quienes gobiernan vean la necesidad de contar con todos y que los que están en la oposición aparquen temporalmente las criticas estériles, que ahora mismo no conducen a nada.
De esta posibilidad ya se han autodescartado tanto Vox como la Cup catalana, lo que en absoluto debe resultar extraño, ya que poco cabe esperar de los partidos extremistas por ambos lados. La negativa a participar de aquello que resulte beneficioso para el grueso de la sociedad española era previsible en formaciones políticas de semejante calaña, pero algo diferente cabía esperar de un partido con aspiraciones de gobernar y que sabe lo que es ejercer el poder como es el Partido Popular.
A la vista de los augurios del FMI y teniendo en cuenta el resultado de la última encuesta del CIS, publicada esta misma semana, de la que se desprende claramente que nueve de cada 10 españoles ven necesario y quieren un pacto de estado para hacer frente a la complicada situación social y económica que se nos viene encima, no parece lo más adecuado empecinarse, como está haciendo el PP, en hacer seguidismo de las teorías de la extrema derecha, entorpeciendo la posibilidad de un gran acuerdo de todas las fuerzas políticas y sociales democráticas de nuestro país.
No parece muy ético, en estos momentos, seguir a ciegas las tesis de FAES y aprovechar una pandemia para jugar a dinamitar un pacto de gobierno totalmente legal y democrático, mal que les pese a algunos. Es más bien hora de arrimar el hombro y buscar soluciones a una situación de emergencia nacional en un escenario de crisis mundial.
Y hay que encontrar soluciones que no dejen a nadie abandonado por el camino, ni grandes ni pequeños empresarios, ni trabajadores de unos y de otros, ni autónomos por cuenta propia, ni familias con escasos recursos; absolutamente a nadie.
Para hacer esto posible, nadie con sentido de estado puede subirse al pequeño bote de los extremistas desmarcándose del resto. Es hora de remar todos juntos y en un barco grande y consistente que nos permita salir del temporal.