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Opinión / Lucas Ramon Torres

Ascensión del Señor (Mt.28,16-20)

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El Evangelio de San Mateo termina con un breve pasaje de una importancia extraordinaria. Jesús se acerca a los once discípulos y les dice: Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Los Apóstoles allí presentes, y después de ellos sus legítimos sucesores, los Obispos, reciben el mandato de enseñar a todas las gentes la doctrina de Jesucristo. La Iglesia y en ella todos los fieles cristianos, tienen el deber de anunciar, hasta el fin de los tiempos ,con su ejemplo y su palabra, la fe que han recibido. Las enseñanzas del Papa y de los Obispos unidos a él, deben ser recibidas siempre por todos con asentimientos y obediencia.

La misión que recibe la Iglesia es la de continuar por siempre la obra de Cristo. De ahí que la Iglesia, con la ayuda y asistencia de su Fundador Divino, está segura de poder cumplir indefectiblemente su misión hasta el fin de los siglos.

Lo más importante y esperanzador es esto: Saber que Jesucristo está con nosotros hasta el fin del mundo.

Desde nuestro Bautismo somos miembros de la Iglesia. La Ascensión de Cristo es nuestra victoria, porque con Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar al cielo como miembros de su Cuerpo. En esta solemnidad de la Ascensión contemplamos el segundo misterio glorioso del santo rosario. Cuarenta días después de la Resurrección Jesús fue elevado al cielo en presencia de los discípulos, hasta que vuelva en su gloria a juzgar a vivos y muertos.

Nuestro Señor Jesucristo no se ha ido para desentenderse de este mundo.
Es cierto que no podemos ver ahora al Señor físicamente, su presencia no es visible, pero tenemos la certeza, por la fe, que Jesús se quedó entre nosotros en la Santísima Eucarístia, donde permanece siempre con nosotros, y se ofrece, se inmola y se nos da en alimento. Se cumplen las palabras del Señor: «Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo». El Hijo de Dios hecho Hombre está verdaderamente presente en el Cielo y en el Santísimo Sacramento.

¿Y dejas, Pastor santo, tu grey, en este valle, oscuro, en soledad y llanto; y tú, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro?. Te vas, pero permaneces entre nosotros en la Eucarístia. ¡Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar!

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