L a ultraderecha está de luto. Esta semana ha sufrido el revés parlamentario más duro del parlamentarismo democrático. Su moción de censura inútil sólo ha recabado sus propios apoyos, mientras que ha supuesto que 298 de 350 parlamentarios reafirmen la legitimidad de Pedro Sánchez como presidente. El tiro no le ha podido salir peor a la formación de Abascal. Buscaban retratar al PP, pero han conseguido unir los apoyos del Gobierno, fortalecer a Casado como única alternativa a la izquierda y demostrar que su formación de lo único que es capaz es de montar teatros aliñados con su característico hooliganismo patrio.
En el peor momento para la salud pública, la economía y el empleo, a VOX sólo se le ha ocurrido plantear una moción de censura fallida desde su nacimiento, lo cual demuestra su nulo interés en aportar soluciones a la mayor crisis desde la II Guerra Mundial. Ellos viven de la exacerbación de su nacionalismo, del grito y del ruido que permita despistar de lo realmente importante. Saben que en la batalla de los argumentos y la ideología no tienen nada que hacer porque son una formación cuyo único talento reside en crispar mediante el exabrupto.
Las intervenciones de Abascal durante el debate fueron un eructo que retumbó en los tímpanos de quien sufrió su fascismo edulcorado y su patriotismo de marca blanca. Volvió a reiterar que la dictadura fue mejor gobierno que el de Sánchez e incluso le llegó a comparar con Hitler, lo cual prueba que Abascal es un simple nostálgico sin oficio reprimido por una democracia que pesa como una losa sobre sus deseos autoritarios.
Abascal no vino a relevar al Gobierno (verdadero objetivo de una moción de censura), sino a despotricar del ‘virus chino', de Soros y de la Unión Europea. La única aportación que hizo fue dar consejos de estilismo. Y es que Abascal sin la conspiranoia, no es más que una mente vacua pegada a un traje entallado, un simple grano en el Parlamento que supura odio, populismo y demagogia. Dos días de debate, ninguna propuesta y muchas derrotas, eso es lo que se lleva el político que toda su vida ha chupado de un partido al que ahora pretende destronar.
Pero el momento en el que los diputados de VOX evidenciaron en mayor medida el hedor pestilente de su moral fue cuando callaron mientras el Congreso ovacionaba a la diputada Aina Vidal, quien acababa de superar un cáncer. Son unos desalmados que braman por la vida mientras son incapaces de aplaudir a quien ha vencido a la muerte.
El renacer del PP
Esta moción de censura encontró una utilidad inesperada para Abascal: el despertar de un Pablo Casado que se había dormido en un punto muerto ideológico. El líder de los populares salió de la foto de Colón y se alzó como el gran vencedor, aprovechando la ocasión para salir del pozo y dejar que VOX se ahogue en sus planteamientos nacional-populistas en soledad. Casado descolocó tanto a Abascal como al Gobierno, en un arrebato de moderación, racionalidad, europeísmo, coherencia y rigor. Con ello, se distanció de los lazos que le unían a la ultraderecha, aprovechó para dejar a socialistas y podemitas sin réplica y se reivindicó como única alternativa posible a un gobierno de izquierdas. Un gol por la escuadra que nadie vio venir.
Pablo Casado recuperó la esperanza para el PP en el momento en que le espetó a Abascal: «Hasta aquí hemos llegado». VOX es el mejor aliado de Sánchez, la mano que cose la brecha de la izquierda y el mayor freno a las opciones de gobierno de la derecha. Era necesario que el PP volviera a la senda del sentido común para abrazar el espacio electoral en el que se encuentran la mayoría de españoles: el centro.
Arrinconar a Abascal en la irrelevancia y dejarle solo gritando ¡España! es el mayor acierto de un Casado que parece haber aprendido la lección que le dieron las urnas, las cuales le ordenaron que se pareciera más a Merkel o Macron y menos a Trump o a Le Pen. Ahora no debe permitir que este discurso sea una sola flor que crece entre la mala hierba, sino que debe abonar este sendero hacia la valentía y el distanciamiento con VOX.
La frustración estrangula ahora a una ultraderecha que llora por su fracaso. La prueba de la victoria de Casado es la reacción de los vencidos que, con un carajillo, sólo saben desplegar la gama de insultos más primarios que su escasa formación intelectual les permite articular. Mientras ellos lloran, insultan, odian y gritan: Sánchez se reconforta, Casado emerge y Abascal se autolesiona.