Toca decir adiós a un año aciago. 2020 se ha llevado más de 1,7 millones de vidas por la Covid-19 y nos ha trastocado la vida a los afortunados que nos hemos quedado. La soberbia nos ha hecho débiles, pensando que el virus no nos golpearía y que teníamos un sistema lo suficientemente robusto como para hacerle frente. Nos hemos creído invencibles. La triste realidad es que un diminuto virus llamado SARS-CoV-2 nos ha desnudado como sociedad de manera desprevenida. La crisis de la Covid-19 nos ha hecho replantear el valor de las pequeñas cosas de la vida, que son las que deberían importarnos.
No cabe duda que 2020 nos ha arrebatado muchas cosas y a muchas personas, pero también hay que poner en valor lo que nos ha dado. Esta crisis ha evidenciado la importancia que tiene acelerar la transformación digital por parte de gobiernos y empresas. Este sector ha jugado un papel fundamental desde el inicio de la pandemia provocada por la Covid-19 para sostener, en la medida de lo posible, la actividad de empresas y sectores críticos. El confinamiento y el distanciamiento social han impulsado el teletrabajo, la teleenseñanza, el teleocio y las comunicaciones con familiares y amigos. Esto ha obligado a las organizaciones a adoptar medidas con el objetivo de adaptarse al contexto para mantener la productividad. Muchas empresas no estaban suficientemente preparadas para esta transformación y han sufrido las consecuencias. En este contexto, la conectividad y la digitalización han demostrado ser críticas.
La digitalización es un factor clave de la recuperación económica tras la crisis de la Covid-19. Hay que apostar por una alianza entre todos los sectores de la sociedad para que nadie se quede atrás en el proceso de digitalización y evitar la falta de capacitación digital.