Hace un año que dejamos atrás nuestra vida predecible y comenzamos a navegar en las aguas desconocidas de una situación que nunca habíamos ni siquiera imaginado. La pérdida de vidas continúa, a pesar de la empatía y heroísmo de los profesionales de un sistema de salud al borde del agotamiento.
La economía de los empresarios y las familias de las Pitiusas está en una situación de emergencia máxima, que, según el Profesor Cardona de la UIB, no se ha visto en 70 años. Es muy posible que la vida post pandemia, cuando llegue, no sea igual a la que conocimos. No es fácil tomar perspectiva en estos momentos, pero es imprescindible.
Churchill, muy citado en momentos épicos, dijo en el marco de la creación de las Naciones Unidas tras la Segunda Guerra Mundial que no se debería desperdiciar una
buena crisis. Y esta es multidimensional. El foco en la urgencia nos impide ver con claridad otras amenazas sistémicas, como las consecuencias del cambio climático. Antes de la pandemia, este periódico se hacía eco de informes científicos sobre las devastadoras consecuencias de la subida del nivel del mar, que podría hacer desaparecer hasta tres metros de las costas de Ibiza y Formentera. ¿Cómo podemos reducir la vulnerabilidad de una manera integral?
La palabra diversificar aparece recurrentemente en las reflexiones sobre el ‘modelo', pero ¿qué quiere decir exactamente? Diversificar tiene distintos significados. En el contexto de estas líneas no me refiero a diversificar la oferta dentro de la actividad turística. Sin olvidar las fortalezas territoriales y de gestión existentes, me refiero a sumar otras actividades económicas para que la mayor variedad mitigue la vulnerabilidad a las externalidades.
Ibiza y Formentera mantienen intactas sus ventajas. Un legado cultural único en el imaginario mundial, en el corazón de la ‘Mediterraneidad', a solo dos horas de los principales centros de Europa. Un capital humano distintivo, imaginativo, multicultural y multilingüe. Un capital natural extraordinario, comprometido quizá, pero aún no agotado. Entre las debilidades de los contextos insulares, según la Unión Europea, están la dependencia energética, altos costos de logística, y un complejo mercado de vivienda.
El marco a nivel europeo es favorable, como el proyecto de Islas Inteligentes, del que Baleares es parte, y el Secretariado de las Islas de la UE, para el que Ibiza ha elaborado una hoja de ruta de transición energética. Según la Unión, las islas pueden ser laboratorios de innovación en tecnología, conectividad, economía circular, agua y energía, dentro de un potencial renovable significativo. La atracción de nómadas digitales, principal- mente en las industrias creativas; el desarrollo de la próxima generación de infraestructura “fuera de la red”; la desalinización, la energía eólica y las renovables marinas; el almacenamiento energético, la movilidad eléctrica en tierra y mar; la investigación en biología del mar y su aplicación en la salud, por ejemplo, en la oncología; y el laboratorio de políticas territoriales son algunas oportunidades para las Pitiusas. Seguro que al lector se le ocurren otras.
Es innegable, que, además de las ventajas de localización y recursos naturales, existe un grado de conocimiento de la industria del turismo que permite un rendimiento superior a los competidores. No se trata de confrontar dicha especialización. Si algo podemos aprender de los momentos de crisis, como el que nos ha tocado vivir, es que los que han salido adelante mejor y más rápido se han planteado de una forma temprana y conjunta qué política pública y qué emprendimientos pueden contribuir a generar más oportunidades. No es un proceso instantáneo, pero cada paso importa. Ibiza no sumó el turismo a la agricultura en una noche. Diversificar no es abandonar ni debilitar las fortalezas existentes; se trata de sumar fuentes de bienestar para los pitiusos.