Hoy en día los políticos son más golfos que la muy famosa mujer del César. No tienen por qué ser buenos y mucho menos parecerlo. La comida de Can Botino es una prueba más del abismo entre los que ostentan el poder y sus votantes. Siempre ha sido igual, pero ahora resulta especialmente obsceno.
Que impongan en Baleares unas medidas draconianas que arruinan tanto comercios como la salud mental y sancionen con multas salvajes a los que se las saltan es algo discutido y discutible. Ahí está el ejemplo madrileño que permite algo más de libertad individual, responsabilidad colectiva y salvador sentido común contra la dictadura vírica y el pánico que paraliza la vida. Las próximas elecciones de mayo dirán si el agitado cocktail entre salud y economía es aceptado por los chelis. Y será un revulsivo para el resto de España.
En la ácrata Ibiza, los políticos han dictado las medidas más tiranas para evitar el colapso sanitario. Si no fuera por su bendita naturaleza y la influencia benigna de Bes, toda la isla estaría en depresión aguda. Pero si han optado por tal estrategia deben ser consecuentes con sus actos, al menos de cara a la galería. Y está claro que ellos no cumplen con lo que exigen. La comida de can Botino es una anécdota muy reveladora, como las copas del Hat. Personalmente estoy convencido de que no había ningún riesgo para la salud más allá de hinchar el foie a cuenta del contribuyente. Pero los hipócritas han quedado desnudos y perdido la autoridad moral, pues ellos hacen lo mismo que nos prohíben. La ruina económica y democrática se mezcla con una vulgar decadencia. La mujer del César estaría escandalizada. Al menos sus excesos eran olímpicos.