Hay quien dice que Rocío Carrasco ha cobrado dos millones de euros y hay quien dice que «solo» uno por hacer el pseudo documental Rocío. Contar la verdad para seguir viva . No seré yo quien lo vea. Fundamentalmente porque hace mucho tiempo que en casa no sintonizamos Telecinco.
Tampoco seré yo quien critique la ley de la oferta y la demanda. Ni por supuesto entraré a valorar los gustos de cada cual ni tampoco cómo nuestros políticos aplican a la perfección aquello de que «hay una cortina de humo detrás de cada equipo de gobierno» que dijo el economista, estadístico e intelectual estadounidense Milton Friedman, Premio Nobel de Economía de 1976. Sin embargo, cuando veo cómo toda España habla de Rocío, Antonio David, Fidel Albiac, Telecinco… y de cómo se pervierte el concepto de presunto o presunta en busca de la mejor audiencia me doy cuenta que estoy fuera del mercado.
Tal vez sea porque viva en un mundo ideal de Pin y Pon, con un Peter Pan dentro que hace que me sigan encantando los tebeos, odie madrugar y desespere a los que tengo más cerca y me aguantan cada día. Puede también que, como canta Ismael Serrano, aunque ya no tenga «relámpagos en los ojos» aún me vea en la necesidad de sentirme útil aunque sea desde la protección que ofrece estar delante de un ordenador y no en primera línea.
Será porque aún me emocionan viejas luchas, los luchadores del ocaso que se parten el pecho por ser escuchados, los cantautores que combatieron a Franco con sus versos, las colas del hambre o de la esperanza, los pequeños comercios cerrando, los muertos por coronavirus, el amigo al que le cortan la luz… América, África, Asía o los campos de refugiados... O porque también sueño y milito en la risa y en la amistad. O porque, por encima de todo y a mis 41 años, aún creo en la utopía y en que otro mundo es posible. Tal vez más justo y razonable lejos de grandes exclusivas.