Hoy hace justo un año que mi mejor amigo nos dejó. Triste efeméride que hoy quiero recordar, con el especial cariño que sigo teniendo por los momentos que vivimos juntos.
Llegó a casa once años antes, casi por accidente. Yo no tenía claro lo de tener perro, pero la vida le puso allí y se hizo con un enorme lugar en nuestros corazones. Rudolf fue y sigue siendo el mejor amigo que he tenido jamás, pero también lo fue de mi mujer y de mis hijos. El resto de humanos peludos que tuvieron la oportunidad de conocerle también le adoraban.
Todo ese cariño, se lo ganaba a pulso. Tenía un don especial, una aura mágica que conquistaba a todo el que se acercaba a él. Muchos decían: «Solo le falta hablar», pero ante la imposibilidad física de un perro para pronunciar palabras, tenía la capacidad de comunicarse claramente en todo momento.
Recorrimos juntos miles de kilómetros, compartí con él momentos de extrema felicidad y algunos no tan buenos, pero siempre estaba allí. Noble, honesto y sobre todo amigo fiel e incondicional. Eran tantas sus virtudes que necesitaría el periódico entero para contárselas, pero la mejor de todas ellas era su sonrisa. Sí, mi perro sonreía, y mucho. Se le notaba feliz y lo contagiaba.
No ha pasado ni un solo día en este largo año en el que en casa no nos hayamos acordado de él. Sigue presente en nuestro día a día, prácticamente como si siguiese aquí. Ha dejado una huella imborrable en nosotros. Puedo entender que a algunos les resulte difícil entender la intensidad de la relación entre un humano y un perro. Probablemente yo pensaba lo mismo antes de conocer a Rudolf, pero para entenderlo hay que vivirlo. Aunque suene a tópico, el perro es el mejor amigo del hombre, sin duda. Si tiene a uno en su vida, disfrútelo.