Cualquier ibicenco que se precie conoce el valor de un bocado de roja, gallo o de mòllera, aunque sólo los más ávidos saben apreciar la exquisitez de un buen plato de serrans frits.
Nuestros pescadores profesionales son el último reducto de tradición marinera no sólo por la belleza de la estampa de un llaüt faenando, sino por ser los garantes de que Ibiza también pueda venderse como un destino gastronómico.
En diez años la isla ha perdido a la mitad de las barques de bou (sólo quedan cuatro) y ahora la Unión Europea plantea asestarles un golpe mortal reduciendo nada menos que un 40% los días en los que pueden salir a faenar, equiparándolos con otras embarcaciones que sí causan un verdadero daño al ecosistema. No es el caso de Ibiza, donde las condiciones climatológicas y las reservas de interés pesquero ya les imponen una severa veda, amén de que la mayor parte del suelo en el trabajan es fango y no roca o alga. Cabe recordar que sin estas embarcaciones, las cofradías estarían condenadas a la ruina y la desaparición.
Otro de los mayores males de la pesca es el furtivismo. En Ibiza se concentra de manera especial entre las hordas de pistoleros submarinos que hacen la temporada vendiendo sus capturas a particulares y restaurantes. No pueden estos presuntos recreativos, para los que la pesca es un hobbie, exigir el mismo trato y condiciones que los profesionales que se ganan el sueldo con horarios y condiciones extenuantes. Para garantizar la supervivencia del sector, es imprescindible fortalecer los servicios de inspección, amén de aumentar las reservas marinas. Los profesionales salvaron al gerret cuando la UE también quería prohibir su captura, ahora se hace imprescindible apoyarles para evitar una sentencia de muerte inapelable.