Jesús advierte a sus Apóstoles y con ellos a todos los cristianos que nunca debemos preciarnos que seamos mejores que los demás. Debemos asimilar lo que Cristo nos enseña. Cuando el Apóstol Juan dice a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre expulsaba demonios, y como no era de los nuestros se lo hemos prohibido. No se lo prohibáis. El que no está contra nosotros, está con nosotros.
Una obra buena siempre agrada al Señor, hágala quien la haga. Lo bueno siempre es bueno. El valor y mérito de las obras buenas está principalmente en el amor a Dios.
Dios recompensa, sobre todo, las acciones hechas por Amor. Dios premia todas las obras de servicio a los demás por pequeñas que parezcan. Cualquiera que os de un vaso de agua en mi nombre no perderá su recompensa. También Jesús nos habla del pecado de escándalo. Escándalo es cualquier dicho, hecho u omisión que da ocasión a otro de cometer pecados. El que da escándalo es el que colabora con el demonio para, con su conducta perversa, es la causa de que se pierdan las almas que Cristo ha escogido y ha redimido con su preciosa sangre. Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le pongan al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.
El pecado es el mayor de todo los males en cuanto es ofensa a Dios. El pecado de escándalo se llama diabólico, y lo es, cuando el fin intentado por quien produce el escándalo, es el pecado del prójimo, y , por tanto, la tajante condena de Cristo. Reviste particular gravedad escandalizar a los niños, porque están más indefensos contra el mal. La advertencia de Cristo rige para todos. Los Santos Padres, bajo la imagen de los miembros corporales, ven a aquellas personas que obstinadas en el mal nos inducen irremediablemente a las malas obras o a la mala doctrina. Es a estos a quienes hay que apartar de nosotros para que lleguemos a la Vida, antes de ir con ellos al infierno. Para evitar la condenación eterna, podemos y debemos permanecer seguros de que Dios siempre perdona, si evitamos el pecado y vivimos en el amor de Dios. Señor Jesucristo: Se que por mí y por todos moriste en la cruz.
Confiamos, por tanto, en la Infinita y Eterna Misericordia.