Hasta los millonarios chinos saben que Ibiza es una magnífica isla para perderse. Pero hay que evitar discotecas o lugares de moda, donde lo normal es ser acribillado a selfies. Al último magnate en echar un pulso al sistema comunista-capitalista (nada tiene que ver con yin o yang, pero los chinos juegan a todas las bazas) lo han pillado de picnic con vistas al Vedrá. «¿Muslo o pechuga?», preguntaba con mirada pícara Grace Kelly a Cary Grant en Atrapa a un ladrón. Con los rollitos de primavera y tanto equipo de seguridad, las posibilidades son menos sugerentes.
De las treinta y seis posibles alternativas, el chino afirma que la mejor es salir corriendo. También navegar y fondear en Conejera, como hizo el megayate durante una noche lunática, ocupando gran parte de la Estancia.
Recomiendo a los que quieran hacer negocios con ellos la colosal obra de Joseph Needham: Science and Civilisation in China. Así podrán comprender algo mejor a esta raza impenetrable que considera como bárbaros a todos los nacidos fuera de su gran muralla. Los ingleses despertaron a cañonazos al dragón. La guerra de los Bóxer los obligó de nuevo a traficar con opio, y hoy dominan el mercado de la droga más extendida por el globo terráqueo. Es el ingrediente fundamental de la industria farmacéutica y se transforma en caballo blanco para yonquis. De las amapolas de Afganistán sale el 90% y por eso se metieron a saco los yanquis. Pero los chinos siguen dominando su tráfico de forma secreta, nada que ver con la estridente cocaína y los publicitados carteles.