Si usted se toma el trabajo -prescindible, aunque uno, por motivos profesionales, tenga que hacerlo cada día- de comprobar las agendas de los ministros, verá que hay dos o tres Departamentos cuya inactividad es clamorosa, mientras, en injusto equilibrio, otros dan la impresión de estar sobrecargados.
Y, así, la vicepresidenta Yolanda Díaz llena más horas laborales --y más titulares de prensa, por cierto-- que al menos otros cuatro compañeros en el Consejo de Ministros. Y, cuando ahora se cumplen dos años de la puesta en marcha de aquel Gobierno de coalición, y de la permanencia en él de ciertas personas, uno se siente tentado de preguntarse y preguntar qué diablos hacen algunos miembros del Ejecutivo.
He dicho que algunos ministros parecen desaparecidos de los titulares de prensa y sé que he sido injusto. El responsable de Consumo, Alberto Garzón, sí que aparece; lo que ocurre es que es siempre para mal, para encender polémicas absolutamente innecesarias cada vez que, por ejemplo, un periodista británico, al que él juzga muy importante, le embarulla con alguna pregunta.
De sus compañeras ideológicas Ione Belarra e Irene Montero, por ejemplo, creo que no muchos conocen siquiera el título exacto de sus respectivos Departamentos, ni falta que hace, creo.
Lo peor es que tanto Garzón como las señoras Belarra y Montero (Irene) necesitan suplir su inoperancia, la falta de contenido real de sus ministerios, con algo de ruido que los sitúe en el mapa del intenso quehacer de esa fábrica desordenada de política a todo vapor que es España.
Y entonces tiran de la cuerda de sus leyes Trans -que no digo que no sea necesaria; pero no así--, de protección animal --ídem--, Vivienda --ídem de ídem--. O tiran de sus campañas contra el juguete ‘sexista' --pobres Reyes Magos, teniendo que dilucidar lo que dejan o no a nuestros niños--, de las encuestas de la semántica ‘de género' o del escándalo de que se vista de rosa a las niñas. O contra el consumo de carne. O sobre no sé qué del porcentaje de nata que ha de llevar un roscón. De locos.
Tal día como un 7 de enero de hace dos años, Pedro Sánchez resultaba investido como presidente, tras acceder a formar una coalición con Unidas Podemos y colocar a Pablo Iglesias, una de las figuras más atípicas de nuestra política de siempre, en una vicepresidencia de su Gobierno.
Poco duró --un año y dos meses-- el inquieto fundador de Podemos en el Gobierno, que por cierto no dio un palo al agua en la gestión del Ejecutivo. Y su ausencia ha desnaturalizado más el papel de sus ‘herederas' y ‘heredero', excepción hecha de la pluriactividad y omnipresencia de Yolanda Díaz, que cada día tiene menos que ver con Unidas Podemos, donde, por cierto, no milita. Ni piensa, por lo visto.
Entiendo perfectamente el papel de impulsora de medidas sociales y económicas que se ha atribuido la señora Díaz. No entiendo para nada el rol vocinglero, que nada tiene que ver con una política seria, de los/as señores/as Belarra, Montero (I) y Garzón.
Su velocidad, vamos a llamarlo así, nada tiene que ver con la del conjunto del Gabinete, que a veces, y en según qué cosas, parece encontrar un ritmo creo que adecuado. Alguien tendría que preguntar a Sánchez, si Sánchez lo permitiese, claro, qué hace esa gente en unos Ministerios que, por cierto, pagamos nosotros. Y a bastante buen precio, por lo que sabemos.