En su despedida parlamentaria en la Cámara, que quiso ser emotiva y sentenciosa pero salió algo metafísica, se vio claramente que el señor Casado no tenía ni idea de qué le había pasando, y mucho menos porqué. Y eso que sus barones, sus conserjes, sus amigos, su prensa afín, su partido en plena ceremonia de canibalismo, sus votantes con pancartas y en general todo el mundo, llevaban ya casi una semana explicándoselo, y a gritos. Pues nada, el hombre no lo entiende.
Es cierto que amenazó a Ayuso con expedientarla por supuestas prácticas inmorales, acaso corruptas, pero se desdijo a las pocas horas y la perdonó. Inútilmente, porque esta señora, más trumpista que Trump, es especialista en arrasar a cuantos líderes políticos se le aproximan con total imparcialidad, sean de izquierdas o de derechas, y lo mismo que a Iglesias, lo destrozó con un par de mohines. Haciéndose la víctima, que es lo suyo. Parece que Casado ni se enteró. Todavía está estupefacto. Y aunque salió por piernas del hemiciclo, ni siquiera sabe si se ha despedido o no.
Los demás sólo lo suponemos. Enigmas de la posdemocracia. Voces generalmente bien informadas, insisten y aseguran que el fulgurante hundimiento de Casado no obedece tanto a haberse puesto gallito con Ayuso, como a su errática resistencia a pactar con Vox. A sus torpes remilgos con la ultraderecha, ahora quiero ahora no quiero, así sí así no. Y como por lo visto en España ya hay más trumpistas que en Texas, ansiosos todos por ser Hungría o la Polonia del sur, los mismos diputados del PP que le han sacado a patadas, aplaudieron con fervor su despedida.
Presunta, habría que decir. Como es natural, no tengo opinión acerca de esta obscena escabechina, pero como lo malo siempre empeora, y a nuestra derecha ya no hay quien la aguante (ni ella misma se soporta), no les extrañe que los restos del PP sean aún peores que el nefasto PP de antes del estallido. Feijóo, dicen ahora. El juicioso Feijóo lo arreglará todo. ¿Y eso por qué? Ah, porque cuenta con el visto bueno y permiso temporal de Ayuso, de cuyo hermano ya nadie habla para que no se irrite, y les triture haciendo pucheros en público. Imposible que algo tan malo no empeore mucho más.