Los burros que diseñan la enseñanza condenan a la filosofía a beber la cicuta en los colegios españoles. Era de esperar, pues el totalitarismo avanza con la reeducación social de infantes y adultos.
Puede bien suponerse que la filosofía es pensar sobre las cuestiones más fundamentales de la vida para hacer esta más feliz. Una materia muy positiva, o sea. Así era en el principio presocrático y panteísta; y así sigue siendo cuando está bien enseñada («La claridad es la cortesía del filósofo», decía Ortega y Gasset), sin despeñarse en los enrevesados juegos de palabras de tantos bolas tristes esclavos de la lógica matemática y la angustia existencial. La vida no es un problema a resolver sino una realidad a experimentar. Panta Rei.
Y las filosofías orientales, con sus mitos y cuentos fabulosos, que invitan a observar la realidad con el corazón (como los grandes poetas de todas las culturas), a fundirse en ella y librarse de las pajas mentales del ego, ese pequeño argentino que todos llevamos dentro, che. Por algo mi amigo Luís Racionero siempre recomendaba menos Platón y más Lao Tse.
¿Qué buscas en la vida, información, conocimiento o sabiduría? Estamos saturados de información y teorías para todos los gustos. Los que tienen conocimiento discrepan inmensamente, pues gris es la teoría y verde el árbol de la vida. Los sabios, al menos los neoplatónicos, nos dicen que todo va del gozo al gozo, así que recréate en el presente.
Quitando la asignatura de filosofía, las rara avis se quedan más desamparadas en clase. Pero bueno, ya los clásicos sabían que no aprendemos de la escuela sino de la vida. Y para la filosofía, ya lo apuntó Giordano Bruno, filósofo y mago del Renacimiento: «A filosofia è necessario amore».