Lo gritamos; lo gritamos muy fuerte. Perdimos la voz, lloramos, nos emocionamos y nos sentimos completos y libres de prejuicios. «No hay más colectivo que uno: el de las personas», clamó ayer Irene Villa durante el II Ibiza Inclusion Fashion Day demostrando, en estos tiempos extraños de pandemias y de guerras, que no hay bombas capaces de acallar las voces de quienes se sienten libres y fuertes.
Hay palabras que debemos desterrar de nuestras bocas, aunque sigan vigentes en los diccionarios. No hablamos de censura, ni de eliminar la historia que nos ha llevado hasta el lugar en el que nos encontramos, sino de escoger otros términos menos ofensivos para definir a las personas. Las palabras a veces pueden ser armas y en nuestras gargantas está la herramienta para impedir que abofeteen, que duelan y que excluyan.
Alguien con diversidad funcional no es un discapacitado, porque ese término le expulsa sin reparo y en pleno Siglo XXI de los ámbitos educativo, social, emocional y laboral, impidiéndole sentirse habilitado para escoger quién ser o de qué mundo formar parte. Del mismo modo que hoy no osaríamos llamar «subnormal» o «mongólico» a alguien con Síndrome de Down, ¿por qué no seguimos cambiando las reglas del juego para que ganen todos? Les confieso que ni siquiera me gusta usar ese concepto de los «síndromes», porque tienen piel dura y olor a encierro. Al final, ¿qué nos diferencia, un cromosoma de más? Exactamente el 21. ¡Pues cambiemos las reglas del juego y refirámonos con el término médico que define tener una copia extra de un cromosoma: trisomía! Una palabra que, si la masticamos bien, veremos que es mucho más bonita.
Aira tiene trisomía 21 y la luz más bonita que he visto nunca. Desfiló risueña y feliz y volvió a causar sensación sobre la pasarela, porque sabe que tiene unos padres dispuestos a coserle las alas todas las veces que necesite, a escucharla cuando les dice que quiere ser modelo, dar clases de ballet o pintar el mundo de color de rosa y a enseñarle a volar donde sus mapas le indiquen.
La lengua evoluciona, crece, se adapta y mejora para definir nuestro entorno. La puesta en marcha de eventos como el que vivimos ayer en el Recinto Ferial de Ibiza, capaces de unirnos a todos sobre una pasarela «juntos y muy revueltos» como esgrimía la periodista y psicóloga Irene Villa, no solamente son necesarios, sino que sirven para que periodistas, políticos, padres, hijos, diseñadores y público en general, aprendamos que la belleza depende siempre de los ojos con los que se mira. Esto no va de ser guapos, de responder a arquetipos griegos ni de medir nuestra inteligencia o habilidades por cocientes: va de humanidad, de plenitud y de apertura de miras. Todos somos bellos, maravillosos y necesarios, como decía la consellera de Bienestar Social del Consell d´Eivissa, Carolina Escandell y, para demostrarlo, más de 50 personas se subieron a un escenario donde reivindicar su existencia sin importar si les faltaba una pierna, si les sobraba un cromosoma, 20 kilos o un síndrome con nombre raro. Todos sonrieron, bailaron y gritaron a zancadas que quieren que les dejemos de mirar como bichos raros, con cara de pena o con condescendencia.
Ayer nos juntamos un grupo de personas con distintas capacidades, cada uno de nosotros con las nuestras, únicas, personales e intransferibles y decidimos cambiar el mundo, mientras Manu Tenorio nos cantaba al oído que esta es una operación destinada al triunfo y que hoy compartimos pieles y sueños.