Esta semana algunos han pasado de rasgarse las vestiduras por lo que les estaba ocurriendo a relamerse pensando en un supuesto maravilloso futuro que tienen por delante. Por supuesto me estoy refiriendo a todos aquellos simpatizantes del PP que ven en su nuevo presidente, Alberto Núñez Feijóo, a la persona que les va a sacar del barro en el que ellos solitos se habían metido.
La situación en la que se encontraba el partido últimamente no era más que la consecuencia directa de los graves enfrentamientos internos y el resultado esperable de las claras discrepancias entre sus líderes. No cabe duda que el clarísimo volantazo que se había dado, lanzándose en brazos de la extrema derecha de este país, le iba restando adeptos y el abandono descarado de la parcela del centro político le restó gran cantidad de simpatizantes y, con ello, de votantes. Pero fue la lucha descarnada de egos lo que acabó hundiendo a la cúpula dirigente del partido conservador.
Pablo Casado, desde su despacho de la calle Génova, veía como una dirigente autonómica, la señora Díaz Ayuso para más señas, le estaba comiendo la tostada y le estaba relegando, en cierto modo, a un papel secundario en el escenario político. Alguien decidió entonces que había llegado el momento de tirar de la manta y hacer públicos ciertos desmanes cometidos por su propio partido en la Comunidad de Madrid.
A partir de aquí se destapó la caja de Pandora y, entonces, empezaron a aparecer las comisiones, el hermano, los detectives, la empresa pública del Ayuntamiento de Madrid y, con todo ello, las puñaladas por la espalda estaban a la orden del día en Génova. La situación llegó a tal punto de crispación que la práctica totalidad de los dirigentes autonómicos del PP y su propio grupo parlamentario acabaron retirándole la confianza al presidente de su propio partido y provocaron una vergonzante salida por la puerta trasera, por mucho que algunos hayan intentado maquillarla.
La puntilla a Pablo Casado acabó asestándosela un resultado mal calculado en las elecciones de Castilla y León, que acabó dejando al PP en manos de la extrema derecha y, sin duda, este es el escenario donde el ‘nuevo PP' inicia su andadura, marcada por el drástico cambio de sus dirigentes. Es precisamente en esa comunidad autónoma donde, por primera vez, la extrema derecha de nuestro país va a formar parte de un gobierno, y lo va a hacer de la mano de este nuevo PP que tanto parece fascinar a sus seguidores. Y, por supuesto, ya se ha encargado Vox de que la formación de ese gobierno no se oficialice en ningún caso antes de que Núñez Feijóo sea nombrado presidente del partido conservador.
Va a resultar como mínimo curioso ver cómo aquellos que han venido alardeando de ningunear a Vox en Galicia ahora serán quienes den el visto bueno al próximo gobierno de Castilla y León. Pero si alguien piensa que ese va a ser el único sapo que tendrán que tragarse, me permito vaticinar que están muy equivocados, y que el papel que jugará el dirigente gallego en el escenario de la política estatal será muy distinto al que desempeñaba en su Galicia.
Ciertamente, cabe señalar que sería deseable que la nueva dirección del PP fuera capaz de conducir de nuevo al partido a ese centro que en su día decidió abandonar para dar cobertura al aberrante ideario político de la extrema derecha; pero se me antoja muy dudosa esta posibilidad. Dudo mucho que Núñez Feijóo sea capaz de alumbrar en su partido la formula que permita aislar a Vox, que sería lo mismo que no avalar políticas racistas, homófobas, machistas y centralistas, ya que son muchos los dirigentes regionales que han manifestado su voluntad de pactar con Vox si el acuerdo entre estos dos partidos les permite gobernar.
Por todo ello se me antoja como dudosa la posibilidad de que, a nivel nacional, el nuevo presidente del PP sea capaz de reconducir a su partido a una senda que le permita caminar dejando de lado a la extrema derecha, que se vislumbra como la única muleta que será capaz de utilizar en su futuro recorrido. Hasta la fecha, no le hemos oído pronunciarse claramente sobre si aceptará y estará dispuesto a pactar con Vox para poder gobernar.
Veremos si la nueva dirección será capaz de encontrar la alternativa que no se ha sabido encontrar en Castilla y León o si acabará aplicando la frase atribuida a Maquiavelo de que «el fin justifica los medios».