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Los pactos no son inevitables

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Quizá sea prematuro aceptar el discurso de la izquierda que plantea como inevitable que el PP deba pactar con Vox para gobernar, en un remedo de la estrategia de descalificación que vienen practicando el PSOE    y sus asociados. Las encuestas no son urnas y los precedentes electorales de Galicia y Madrid explicitan que la política no es determinista. Aunque la última convocatoria electoral, Castilla y León, apunte en sentido contrario, todavía no se había producido el cambio en la presidencia del Partido Popular. Y Núñez Feijóo ha sido un muro de contención de Vox en Galicia de igual manera que lo ha sido Ayuso en Madrid. Además, de la misma forma que la molicie del poder amansó a Podemos, la participación de Vox en el Gobierno castellano-leonés pondrá a prueba sus aspavientos radicales.

En su columna diaria S'Era, Miquel Segura relataba cómo un conseller de Vox calificaba, con aires de improperio, de «escritor catalanista» a Alexandre Ballester durante la consideración de la concesión de un reconocimiento al autor de sa Pobla. Intelectual señero del siglo XX mallorquín, creador teatral que se avanzó a su tiempo, inolvidable e inolvidado y, sobre todo, bellísima persona. Que Antonio Gaspar Gili, que por lo visto así se llama el conseller, quiera exhibir su ignorancia en la barra del bar al que acostumbre a ir, va de suyo, pero sin faltar a la memoria de un personaje irrepetible. Podría llegar a entenderse que las políticas del sanchismo y sus pactos con el independentismo catalán y vasco y con la extrema izquierda hayan provocado, como reacción, el crecimiento de Vox sobre la base de parte del voto popular, pero cuando la marca se desenvuelve a pie de calle, con las personas que la representan, no hay razones ni excusas. Con gentes así, no puede pactar el PP de Marga Prohens.

Todo lo cual no puede servir de coartada para impedir que Vox exponga su visión del mundo y de la política. El uso truculento del reglamento del Parlament con el fin de obstaculizar la defensa de una proposición de ese partido –«¿te ha gustado la jugada?», en palabras del presidente de la Cámara– degrada los usos del parlamentarismo. Quizá Vicenç Thomàs debiera refrescar el sentido de la sentencia atribuida erróneamente a Voltaire y que en realidad es de Evelyn Beatrice Hall en el libro Los amigos de Voltaire (1906): «Estoy en desacuerdo con lo que dices pero defenderé hasta la muerte tu derecho a expresarlo». También en la Universitat de les Illes Balears deberían releerla, o hacerlo por primera vez, los manifestantes que impidieron la presentación de un libro sobre las personas trans porque no coincide con sus ideas. Triste y descorazonador.

En esta misma línea, el Gobierno y sus socios, haciendo gala de su desmedida facilidad para el denuesto, han recibido al nuevo presidente del PP. Su encuentro con Pedro Sánchez, que tantas expectativas había levantado, terminó con un resumen demoledor por parte de Feijóo: no tengo ninguna buena noticia para la economía familiar, trabajadores, rentas medias y bajas y empresas; y las consabidas alusiones de Sánchez a las alianzas del PP con Vox. Con los tratos de Pedro Sánchez ya hemos tenido suficiente. Hay que pensar que estamos en condiciones de regresar a la sensatez, la cordura y el sentido común.     

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