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Opinión

A veces me canso de escuchar que todo va bien

Uno de los habituales atascos en el primer cinturón de ronda. | Daniel Espinosa

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Llevo un tiempo en el que siento en mis carnes las estrofas de la canción Ya ves de Ismael Serrano. No sé si será el verano, el calor, tantos coches por nuestras carreteras, el agobio de ver tanto descerebrado llenando esta isla que adoro, tener que pagar la zona azul hasta las 22.00 horas, las discusiones políticas de unos y de otros cuando ya las ideologías se tiraron por el sumidero, no tener un hueco para poner mi toalla en las playas o ver como la violencia está más latente que nunca, pero el caso es que estoy cansado «de ser hombre y me agota escuchar que todo va bien» mientras escucho el último informe de Caritas Diocesana de Ibiza.

Entiendo que posiblemente no sea el mejor ejemplo a seguir pero me agota ver tanta comparación, seguro que legal, pero del todo punto amoral. Me agota escuchar y comprobar como en esta isla se alquilan villas a precios desorbitados, se paga un dineral por entrar a una discoteca o simplemente por un plato de comida se pagan cantidades fuera de mercado mientras Cáritas ha atendido en 2021 a 3.081 personas o que muchos de los trabajadores «se ven obligados a pedir ayuda al tener que destinar casi todo su sueldo al pago de una casa».

Ya ven, a veces me canso de ver tanto despilfarro, tanto influencer, tanto deportista gastando a todo trapo en una supuesta despedida de soltero mientras escucho a Gustavo Gómez, coordinador de Cáritas, decir en nuestro periódico «como la reactivación que ha tenido el turismo no se ha reflejado en el número de personas que se acercan a la entidad». Me supera ver como detrás del supuesto lujo que vendemos, con coches enormes y contaminantes, grandes barcos y prestigiosos beach clubs o restaurantes está eso que no se ve, trabajadores con jornadas infernales, hacinados en muchas ocasiones en habitaciones donde viven en condiciones infrahumanas y por las que llegan a pagar la mitad de lo que ellos cobran.

Ya ven, me agota ver el turismo que nos llega. Ese del balconing, del que pega a su novia en la terraza de un hotel o nada más poner sus pies en el aeropuerto de Ibiza. Ese de borrachera, desfase y todo permitido, incluyendo el saltarse las leyes a su antojo porque Ibiza es la tierra de la libertad y todo está permitido. Y como muchos políticos y empresarios hacen con su mano derecha una cosa distinta a lo que hacen con su mano izquierda. Son como trileros que nos venden un mensaje para luego ceder a lo que realmente importa en este mundo, el caballero don dinero. Se les llena la boca de cambiar el modelo turístico pero a la hora de la verdad todo sigue igual porque al final nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato y la mayoría arrastra demasiadas maletas y demasiados compromisos. Como si no les importara la isla que vamos a dejar a nuestros hijos o nietos… aunque a estas alturas ya dudo seriamente de si habrá isla dentro de unos años.

Un día me dijo un conocido que de esto solo nos salvaba un Prestige. Me pareció y me parece una barbaridad porque sigo convencido de que hay una salida mucho menos drástica si se coge a tiempo. Eso sí, creo que cada vez nos queda menos tiempo porque nos vendieron la moto de que con la pandemia saldríamos mejores y nos daríamos cuenta que podríamos vivir con otro tipo de turismo pero no ha sido así. En cuanto volvió el turismo y la supuesta normalidad volvimos a olvidarnos de todo y solo pensamos en el símbolo del euro o del dólar. Sin mirar atrás y solo con la vista puesta en recuperar cuanto antes lo que habíamos perdido económicamente. Sin pensar que detrás de todo esto esta la gente, esa que no llega a fin de mes o que acude a Cáritas y a otras asociaciones para sobrevivir mientras algunos se forran o viven de lujo. Esa gente que te pide en un semáforo mientras al lado se acelera con un superchoche o se esconden en una furgoneta con los cristales tintados rumbo a una gran villa para disfrutar de una fiesta en la que todo está permitido. O rumbo a Formentera con yates enormes que fondean sin importarles el medio ambiente ni esa planta, Patrimonio de la Humanidad, que es tan incómoda y que es muy desagradable para sacarla en los storys de Instagram.

En fin, que cuando llega el verano me canso de ser hombre y escuchar que todo va bien en las redes sociales y que todo es de color de rosa y happy mientras «estrépitos de andamios, pateras y naufragios desvelan mi sueño» y que «si hoy cae Palestina, arde Lhasa o Iban Prado abandona todo será mucho más gris». Y, aunque sigo convencido de que tenemos que seguir cantando y escribiendo «para recordar que seguimos vivos y que si no vemos más allá de nuestro horizonte estaremos perdidos», me preocupa que ya no pueda «volver Guevara para darme la razón».

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