En Ibiza vamos parcheando la realidad intentando adaptarnos a los cambios que imponen los agentes externos. No tenemos ni autoridad ni autonomía para decidir qué queremos ser. La política ibicenca se sirve de la improvisación para capear los obstáculos que van surgiendo, pero detrás no hay reflexión, no hay pensamiento, no hay un criterio formado ni hay proyecto a largo plazo. Nos vamos conformando con lo que acontece, reduciendo al mínimo nuestro margen de reacción cuando el desastre sea inevitable.
Los partidos políticos de isla tienen instalado el cortoplacismo electoral en su ADN. Repiten los mismos mantras una legislatura tras otra, pero nadie se atreve a tratar a sus votantes con respeto intelectual y a ofrecerles un proyecto de convivencia con hitos concretos. Todo son vacilaciones, imprecisiones y mensajes abstractos que representan el ridículo y el vacío más estrepitoso. El respiro y la advertencia que nos dio la pandemia no ha servido absolutamente para nada. Ni hemos salido mejores, ni hemos reaccionado ante la deriva insalubre e insostenible que hemos emprendido, ni ha mejorado nuestra calidad de vida, ni hemos aprendido nada. Se improvisaron cuatro parches que se vendieron como logros mesiánicos y a seguir como si nada. Somos el camarote de los hermanos Marx en el que no cabe nadie más y sin un capitán con un rumbo claro.
El pasado 8 de agosto se puso de manifiesto que de nuestras raíces ya sólo queda el folklore, porque se ha perdido la identidad y la conciencia. Algunos persisten en defender la isla como un mero escaparate y un parque temático en el que entretener a las masas, para vergüenza de las generaciones que han cuidado de esta tierra. Mantenerse impertérrito ante esta deriva es una irresponsabilidad que el tiempo se cobrará.