Hubo una época en la que el Parlamento legislaba sin atender a los embistes de la emoción, la demagogia o el populismo. En cambio, estos días son el reflejo del escaso nivel que vagabundea por nuestras cortes. La máxima del legislador es intoxicar con una imprudente diarrea legislativa cuyo único objetivo es el titular para enaltecer a su parroquia lega que se arma de ignorancia para formar un criterio basado en imprecisiones y mentiras.
Recientemente el Congreso ha aprobado una modificación del Código Penal con una mal llamada Ley del «sólo sí es sí». Nos han vendido (y muchos se lo han tragado) que gracias a esta Ley «el consentimiento es lo que tiene que estar en el centro de nuestras relaciones sexuales». La realidad es que el sexo sin consentimiento está castigado en el Código Penal desde 1822. Su Ley no aporta un solo avance a las víctimas de violencia sexual. Lo único que hace es cambiar la terminología, eliminando el término «abuso» (mero maquillaje legislativo ideologizado) y atentando contra el sentido común porque prevé la misma pena por una conducta con violencia o intimidación que sin ellas, como si fueran lo mismo. Ahora se castiga con la misma gravedad el hecho de apuntar a una mujer con una pistola para tocarle un pecho, que hacerlo en el metro en un descuido con ánimo lascivo. Paradójicamente, ahora incluso se ha rebajado la pena mínima para una violación (antes eran 6 años y ahora son 4), lo cual abre la puerta a reducir penas de presos ya condenados.
Tenemos un gobierno con la lengua muy larga y la piel muy fina, que gritan mucho y fruncen el ceño pero son analfabetos jurídicos incapaces de legislar con rigor. Un partido histórico como el PSOE no se puede abandonar a los delirios legislativos de un PODEMOS enajenado por su decadencia.