Los juristas, al igual que los médicos y otros muchos profesionales, poseemos una jerga propia. Cientos de palabras que solo nosotros entendemos. Aparecen en nuestros escritos, en nuestras sentencias y, a veces, resultan tan determinantes que la utilización de una sola de ellas puede motivar nuestra decisión.
Ocurre lo mismo con las leyes. Y, sobre todo, con las exposiciones de motivos que las preceden y que, como su propio nombre indica, tratan de explicar cuál ha sido la razón que ha llevado al legislador a aprobarlas. Extensas declaraciones que, en muchos casos, parecen hechas para que el ciudadano medio, lego en Derecho, pese a sus esfuerzos titánicos, no logre entenderlas.
Es por esta razón por la que, con estricto ánimo aclaratorio, me veo en la necesidad de exponer ciertas cuestiones relativas a la «Ley trans». Y para ello es preciso hablar de algunos casos, reales o potenciales, que pueden afectar y, sin duda, si se aprueba tal y como está, afectarán a millones de mujeres.
Adán, por ejemplo, que, pese a su aspecto claramente masculino, metro noventa, barba larga y genitales acorde a su sexo, acaba de acudir al Registro Civil para rectificar el error en que se incurrió cuando le inscribieron. Con la ley aprobada, ya no necesita aportar informes psicológicos ni hormonarse durante dos años. Lo único que debe hacer es acudir al citado Registro y volver a hacerlo a los tres meses para reafirmarse. Hecho esto, Adán será una mujer y, en consecuencia, a partir de este momento, la sociedad habrá de reconocerla como tal, como una mujer de complexión fuerte, frondosa barba y miembro viril. Una mujer a la que, además, le gustan las mujeres. Es decir, lesbiana.
Pongamos que, por casualidad, Adán es profesora de educación física en un colegio. Como ya es mujer, no podrá entrar en el vestuario de los niños, pero sí en el de las niñas. Y allí dentro, de acuerdo con sus funciones, vigilarlas para que se porten bien.
Además, como amante de los deportes que es, por las tardes, cuando termina su jornada laboral, acude regularmente al gimnasio, a un gimnasio femenino al que, tras su rectificación registral, puede por fin acceder. Una vez dentro podrá ducharse junto a sus compañeras y pasearse por el vestuario, desnudo si le viene en gana, mientras trata de entablar conversación con aquellas que le parezcan más atractivas.
Se me olvidaba. Adán practica natación. Cuando era hombre estaba federado como deportista y ahora, después de pasar por el Registro Civil, se ha convertido en federada. Le gusta nadar, aunque nunca fue especialmente bueno. En una ocasión, hace ya unos años, quedó décimo, su mejor marca. Aunque ahora está muy contenta porque, en la categoría femenina en la que intervino la semana pasada, consiguió adelantar en la piscina a todas sus competidoras y por fin tiene lo que se merece, su ansiada medalla de oro colgada del cuello, junto a su nuez. Pero bueno, Adán es una buena chica. No tiene maldad.
Saúl, en cambio, es distinto. Es hombre y está orgulloso de serlo. Un semental fuerte y varonil como los de antes. La mujer en la cocina y que obedezca porque si no… ya sabes Carmen, ya sabes lo que te pasará, el guantazo de ayer fue solo un aviso. Y claro, como a su primo, que es igual que él, pero menos listo, le condenaron por un delito de violencia de género, Saúl ha preferido adelantarse a lo inevitable. Así, sin decírselo a nadie, ha acudido al Registro y se ha convertido en mujer.
Un mes después, Carmen, lesionada, acude a comisaría. Y cuando los agentes tratan de detener a Saúl, éste sonríe y saca un papel de su bolsillo. ¡Alto! Soy mujer. Ya lo era cuando la golpeé, de modo que nada de violencia de género. «Mujer contra mujer», cantaba Mecano. Lean el artículo 41.3 del Proyecto de ley.
¿Y Ramón? Una persona terrible. Fue condenado por dos delitos de violación y acaba de manifestar públicamente que se siente mujer. De modo que ha solicitado su ingreso en una prisión de mujeres. En su celda, en la litera de abajo, está Lucía. Al tercer día, justo antes de amanecer, la agrede sexualmente. Le cambian de celda. Cuando entra en la nueva saluda a Rocío.
Queridos lectores, juzguen por ustedes mismos y, sobre todo, lean siempre la letra pequeña.