La avalancha mediática, política y editorial sobre el cuarenta aniversario de la barrida socialista (28 octubre 1982) celebra, en general, los avances asociados al largo reinado socialista (1982-1996) en la España felizmente recuperada para la democracia con la publicación de la Constitución Española en el Boletín Oficial del Estado tras su masivo arropamiento por parte del pueblo (diciembre 1978).
Podemos agrupar estos avances en las tres grandes autopistas de la tardía entrada de España en la modernidad, nominada en los anales como «el milagro español». Una, el saneamiento económico. Dos, el asentamiento de las nuevas instituciones. Y tres, la reinserción internacional de una España hasta entonces marginada.
En las tres el PSOE fue un actor decisivo, como se viene a acreditar en los libros escritos por los compañeros (Varela, Arráez, Jáuregui, Del Molino, etc.) que han hecho memoria de lo que dio de sí el proyecto socialista liderado por Felipe González y ofrecido a la ciudadanía en aquel 28 de octubre cuyo recuento electoral otorgaría a este partido nada menos que 202 diputados en el Congreso, muy por encima de la mayoría absoluta que era necesaria para gestionar sin trabas (o con la menos posibles) el interés general de los españoles.
Pero la aportación del PSOE al despegue de la España encogida durante el franquismo ya había empezado antes. Lo veo claro con un simple repaso a mis propios recuerdos:
Antes de la famosa foto del Palace (1982, la barrida), que estos días se repite en los libros y en los medios escritos, fue «la foto de la tortilla» (Puebla del Rio, 1974), donde aparece el núcleo refundacional del socialismo andaluz (Felipe, Guerra, Chaves, Yáñez...) que, junto al vasco (Redondo, Múgica, Benegas...) y al madrileño (Solana, Castellano, Maravall, Leguina...), constituyen la triada histórica del renacimiento de un partido que dormitaba en Toulouse.
Antes del asentamiento económico fueron los Pactos de la Moncloa (1977). Pero es que antes del referéndum de una Constitución monárquica (1978), ya se había consumado la renuncia republicana del PSOE, pues el voto particular se quedó en abstención a la hora de votar en el pleno de la Cámara la vieja cuestión sobre la forma del Estado (punto 3 del artículo primero). Pero con aceptación (PSOE votó «sí») del título segundo en la votación final (»De la Corona»).
El repaso quedaría cojo sin la mención especial al famoso «28 congreso bis» del PSOE en septiembre de 1979. O sea, que antes del asentamiento de las instituciones y la reinserción internacional de España, el PSOE había renunciado al marxismo en una valiente apuesta política. La perdió en mayo y la ganó en septiembre de aquel año. Bien hecho.