Joan Torres lo ha vuelto a hacer. En 2019 a tres meses de las elecciones, el concejal de Proposta per les Illes (Pi) rompió el gobierno en una bravuconada por una concejala tránsfuga (Crsitina Ribas) que le costó la pérdida de dos terceras partes de sus votantes y le dejó con un pírrico escaño. De nuevo, a las puertas de las elecciones vuelve a protagonizar un espectáculo bochornoso que le corona como el político más esperpéntico y ridículo de la historia política de Sant Antoni. Un día presenta los presupuestos con el alcalde y al día siguiente los vota en contra con el pretexto de ridículas exigencias de última hora para iniciar tramitaciones completamente banales. Afortunadamente, el alcalde le ha mandado al paro, para descanso de los ciudadanos del municipio.
El paso de Joan Torres por el consistorio portmanyí ha sido un fracaso tras otro, no sólo por los escándalos provocados por sus pataletas infantiles, sino porque deja sus áreas en la nada. Ni auditorio nuevo, ni cementerio nuevo, ni reforma del antiguo Ayuntamiento, ni soterramiento de líneas eléctricas, ni vial peatonal en Corona, ni complejo deportivo nuevo, ni vial en San Rafael... Su legado se resume en incumplimientos, polémica, deslealtad y sobreactuación. Estamos ante un político cuya única motivación es la foto, en detrimento del trabajo. Su actitud caprichosa y narcisista deja a Sant Antoni sin el mayor presupuesto de su historia, sin ejecutar obras muy necesarias, sin poder contratar personal y sin poder otorgar subvenciones a entidades como Cáritas, Cruz Roja, la Cooperativa Agrícola, la Cofradía de Pescadores, las colles de ball pagès o los clubes deportivos. La historia juzgará a este funesto personaje, pero primero es imperativo que los electores le desahucien de la cosa pública.