Que los progres son enemigos del progreso se demuestra con el gobierno Frankenstein y sus leyes delirantes de efectos retrógrados. Presumen de consenso y diálogo, pero no hacen ni caso a jueces o cazadores, que siempre sabrán más de justicia o naturaleza que los miles de consejeros que nunca leen la ley que dictan o los radicales que no pueden cambiar su fanático punto de vista.
Con la moda relativista del falso buenismo sin talento jamás se reconocen los errores, nadie es responsable. Se llega al absurdo por rizar el rizo postizo, aumenta el cacareo en el gallinero de discusiones bizantinas o pobres debates sofísticos para marear la perdiz pública, y el efecto naturalmente se torna retrógrado por muy disfrazado que ande con ribetes progres.
¿Quién no defiende los valores ilustrados de razón, ciencia, progreso y humanismo? Tan solo algunos mamones que van de modernos pero siguen anclados en la nostalgia por la dictatorial bota comunista, los nacionalistas-socialistas que brotan cada cierto tiempo, o esos otros enemigos de la civilización que defienden el listón del más bajo denominador común en loor de una igualdad tan mediocre como mentirosa. Es curioso comprobar cómo aumenta la inteligencia artificial tanto como disminuye la natural: los fanáticos están a la orden del día e incluso se atreven a dar clases.
Y luego los muy cursis hipócritas afirman pretender pasar a la historia. Tal vez por eso descuidan tanto el presente. Como ya han perdido la máscara, se aferran al cargo como garrapatas, mienten y traicionan sin rubor, aparentemente ajenos al peligroso hartazgo social que su desaguisado legal está provocando. ¡Qué progreso tan decadente!