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Opinión

‘Whanau'

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Mi amiga Merche y yo, mi hermana de alma y musa, compartimos palabras en otras lenguas que carecen de traducción literal al castellano, pero cuyo significado nos abraza en la distancia. Una de ellas es «Viraag», que en hindú hace mención al dolor que se siente al estar lejos de una persona que quieres. Supongo que lo más cerca que estamos de ella en nuestra piel de toro es de la gallega «morriña». Entre nuestras favoritas se encuentra la china «Yí rì san qiu», que se traduce como «un día, tres otoños», y que de forma metafórica desgrana un «te extraño», al describir lo lento que pasa el tiempo cuando se anhela a alguien a quien se echa de menos. Hoy, que estamos más cerca de compartir una ristra de días soleados, las enuncio alegre y con la emoción contenida de quien está deseando reencontrarse con los suyos.

Como ya les he relatado en otros domingos compartidos, Merche y yo también nos enviamos poemas, como el de Nerea Delgado donde con su preciosa letra estilizada y trufada de curvas imposibles nos recuerda que «hay personas que tienen el superpoder de estar sin estar». ‘Whanau', en maorí, hace referencia a quienes consideras familia, aunque no tengas con ellos lazos de sangre, aquellos que mejor te conocen y que sin embargo te aman. Un término similar a «Shinyuu», que va más allá de la amistad, ya que se refiere a aquellas personas faro que sabemos que nunca se apagarán ni nos fallarán, por las que de forma coloquial pondríamos la mano en el fuego o daríamos un riñón y parte del otro.

«Laotong» es esa relación de amistad íntima y duradera que se crea entre dos mujeres hasta el punto de considerarse almas gemelas, mientras que «Henko», también en japonés, se refiere a ese cambio profundo y transformador del que no hay retorno al estado inicial y que nos alza por encima del miedo y de las preocupaciones, adoptando una nueva actitud hacia la vida.

Como Merche y yo llevamos más de tres décadas creciendo juntas, intentando ser mejores, riéndonos de todo y llorando como nadie, hay otras dos palabras que somos ya capaces de emitir al unísono: «Anam Cara». Las ensalzamos para referirnos la una a la otra como las receptoras de todos nuestros sentimientos con la plena confianza de sentirnos protegidas y comprendidas. No en vano fue ella quien me descubrió que decimos más por lo que callamos que por lo que contamos y que la lealtad y la discreción (con los secretos de los otros, no con los propios) deben ser siempre nuestras mejores cualidades y religión.

Cuando enunciamos la expresión latina «reverdecer», aludimos al estado de sanar, de volver a brotar hojas verdes, como el proceso emprendido por mi Merche, tras este año en el que el cáncer ha tocado su puerta y en el que una vez tras otra, con paciencia, tacto e incluso alegría, ella se la ha cerrado, la ha pintado de colores y ha cambiado de sitio para emprender una nueva vida.

Algunas veces, simplemente, comparto en mis redes un story con una de estas palabras, sin necesidad de etiquetarla ni citarla, como si lanzase una epístola al viento en la que una particular paloma digital conociese tan bien su destino que no precisase de dirección ni argolla. Al segundo, ella me manda corazones, abrazos o nuestro grito de guerra. Siempre sabe cuándo mis letras, propias o prestadas, tienen su nombre.

Cuando supimos que nuestra mayor enemiga se había enredado en su pecho prometimos superar la enfermedad juntas, cargadas de palabras hermosas y de abrazos, desde el respeto, a pesar de la distancia, con el amor y la energía positiva como guías y con un destino: volver a bailar juntas. Esta semana nos reencontraremos en Sonorama, saltaremos al amparo de «Son mis amigos», de Amaral, y brindaremos, nos emborracharemos, o lo haré yo por las dos, y seguiremos jugando a regalarnos letras y voces mágicas. Puede que, incluso, inventemos alguna. Encenderemos estrellas, rozaremos la luna, descorcharemos algún que otro llanto mientras los acunamos entre recuerdos e historias de aquella juventud en la que no sabíamos hasta qué punto nos convertiríamos las dos en una; ella la responsable, la triunfadora y la generosa y yo la rebelde, la creativa incapaz de centrarse y la egoísta. Tú siempre mi espejo, Merche, y yo siempre tu sombra. Al final Campanilla hizo su magia y hoy nuestra música ronda a la misma hora.

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