Me dirán, con razón, que las redes sociales y más concretamente la ciénaga pestilente de lo que antes se conocía como Twitter, rebautizada ahora con el nombre de una web porno, X, no es la vida real. Allí todo se magnifica, pero es tan falso e irreal como el metaverso, un mundo virtual, un universo posrealidad. Ayer presenciamos, una vez más, como en ocasiones anteriores, una auténtica cacería que sólo estaría justificada si el vicepresidente del Govern, Antoni Costa, hubiese sido el autor de los delitos que la Fiscalía atribuye a Juan Antonio Serra.
La jauría feminista salió de cacería, como si Costa fuese Luis Rubiales, como si hubiese cogido de la cabeza a Jenni Hermoso y le hubiese besado en la boca sin su consentimiento ante millones de espectadores. Como si fuese él mismo quien en mayo de 2022, sujetó a una mujer en un restaurante de Palma, y la intentó besar en contra de su voluntad, algo que finalmente logró hacer según el atestado de la Policía. Y como si hubiese sido él quien hubiera golpeado a un agente durante su detención, causándole lesiones. Costa ha admitido que conocía el incidente cuando nombró director gerente del Ibetec a Serra, y pese a ello, lo propuso, al confiar en su palabra, ya que negó los hechos. Costa cometió el tremendo error de fiarse de la palabra de su amigo y, además, confiar en la presunción de inocencia, un crimen terrible en los tiempos que corren. «Me equivoqué con el nombramiento», reconoció ayer el conseller ibicenco, admitiendo una obviedad. Pero la jauría no sólo no paró, sino que salió en tromba, como cabía esperar, azuzada por el olor a sangre, sedienta de carne fresca. Y es que el feminismo no admite la siempre enojosa presunción de inocencia. Juan Antonio Serra ya ha sido juzgado y condenado, sin que se haya celebrado el juicio. En estos asuntos, con la acusación sobra. Que le pregunten a Josep Ramon Balanzat.