Estimula pasear por el puerto de San Antonio y brindar con un gintonic junto a los marinos de la Ruta de la Sal, que en esta edición han llegado con más sed que de costumbre. Los fuertes vientos arrugaron a muchos, que dieron media vuelta sin llevarse las sagradas sales de Ibiza. Como suele pasar, para consternación empresarial, la verdadera primavera comenzará tras la bendición urbi et orbe del Papa.
La historia de esta regata tiene su origen en mayo de 1846 y parece sacado de un capítulo de las memorias del Marqués de Bradomín, el Don Juan más admirable: feo, católico y sentimental. El bloqueo impuesto a Barcelona por los ejércitos carlistas, a consecuencia de la llamada Revolta des Mariners, había dejado a la Ciudad Condal sin sal. Así no había manera de comer una cap i pota en condiciones.
Un hombre de negocios catalán convocó entonces a los más intrépidos navegantes del momento. Pagaría los servicios del transporte de sal desde las salinas pitiusas hasta El Garraf en función del orden de llegada. Los primeros cobrarían en oro; los últimos, tal vez no tendrían para pagar siquiera los jornales de la tripulación. (A los antiguos honderos baleáricos se les pagaba con vino y mujeres, fluctuaciones de la inflación histórica).
Pero como decía el rey pirata Pompeyo: La vida no es necesaria, navegar sí. Y los marinos que han logrado culminar la travesía en muy duras condiciones se llevan el regalo de una cierta serenidad y amplitud de espíritu, pues navegar siempre es el mejor remedio para no desesperar entre amenazas de guerra mundial o la vulgaridad de los chorizos de la perfidia sanchista.
De la borrasca Nelson a los brazos de Lady Hamilton, el gintonic nunca supo mejor. ¡Feliz Pascua!