Con estos calores uno trata de seguir la máxima del whitehunter y mantenerse abstemio hasta la puesta de sol. Pero en las estivales Pitiusas hay más tentaciones que en la sabana africana y los días son mucho más largos. Así es fácil que la sobria voluntad se derrita cual reloj daliniano o estalle como doradas uvas dionisíacas, zambulléndonos en la corriente placentera que solo demonizan fanáticos de religión desértica o puritanos de ley seca.
Resulta tan natural como eso que describía en Venecias Paul Morand: «Al final de la pendiente de los muslos, tan fácil de descender, el cucurucho untuoso».
Además, cómo burlar con buen ánimo la nueva censura que proyecta el regenerador democrático (a lo RDA soviet o madura república bananera, entiéndase) que tenemos por mandamás, un Narciso Repelús que se torna neurasténico porque los futbolistas no le den coba o porque la Justicia ose investigar los desmanes de su doña. Cómo superar con esperanza los apagones informáticos que demuestran que la inteligencia humana ha abdicado peligrosamente en la artificial; cuando puedes quedarte varado en un aeropuerto en el que no permiten fumar y tampoco queman incienso para camuflar el olor a humanidad acorralada. Cómo elevarse sobre los excesos groseros de tanto vanidoso trepador, ya sea ministro de la cosa pública, activista woke o saltimbanqui púbico, con máster para joder a los demás, que pretenden vulgarmente que la educación, cortesía y sentido común sean despreciados como valores jurásicos en la new age de la horterada y picaresca.
Sí, a veces no se puede esperar a la puesta de sol para recuperar la sintonía con el teatro de mundo y nadar en su eterna corriente. Cuestión de mantenerse a flote.