«Tutee usted a su puta madre». Así titulaba el escritor y columnista Arturo Pérez-Reverte una de sus opiniones en su espacio Patente de Corso de ABC. En ella criticaba a un ministro de Justicia que perdía las formas a la hora de dirigirse a los jueces tuteándoles en su discurso en un acto oficial. La magnífica Rosa Montero escribía en un artículo titulado Dos más dos son siete en El País: «Los negacionistas son incapaces de diferenciar entre lo que es una opinión y lo que es un dato».
Los artículos de opinión son ventanas de aire fresco donde algunos valientes exponen públicamente en la prensa libre sus consideraciones personales. Esta semana un grupo de personas de Formentera, encabezadas y dirigidas por el actual presidente del Consell, Llorenç Córdoba, exigía a la directora de este medio, María José Real, una rectificación de un artículo de opinión de Joan Miquel Perpinyà titulado Formentera da pena y asco. Es decir, pretendían que una persona libre, con capacidad para pensar, actuar, escribir, valorar, analizar y sacar sus propias conclusiones, rectificara SU pensamiento porque a ellos no les gusta lo que opina. Simplemente increíble. El derecho de rectificación es una garantía que cualquier persona natural o jurídica puede ejercer cuando un medio de comunicación publica una información que se considere inexacta, imprecisa o falsa. Pero una opinión, ¿cómo podemos obligar a una persona a que piense lo que nosotros queremos? Por muy equivocado que esté en sus razonamientos, por muy alejado que esté de nuestras propias consideraciones, no podemos obligar a nadie a que piense de una determinada manera. ¿Acaso hay opiniones buenas y opiniones malas?
Pero aquí no acaba la cosa porque a raíz del artículo de Perpinyà, uno de los consellers del equipo de Gobierno de Formentera, bueno el único conseller que todavía queda en ese equipo de Gobierno formado por dos, se ha negado a facilitar información a Periódico de Ibiza y Formentera de un asunto relevante y de interés público que gestiona su conselleria, «hasta que se corrija el titular del artículo de Perpinyà». Es decir, un político se niega a dar una información que está obligado a facilitar, porque no le ha gustado el titular de un artículo de opinión. ¡Es de locos! Y todavía hay más. Añade: «no pienso tolerar ese titular».
Desconozco el ambiente en el que se mueve esta persona o si ha tenido que convivir en un entorno de censura, pero desde luego los que no vamos a tolerar que nadie nos diga qué titulares tenemos que poner somos nosotros. Sepan que este medio nunca le ha dicho a un articulista lo que tiene que opinar, ni pensar, ni escribir. Como bien explicaba el profesor y escritor Bernat Joan en su artículo publicado con motivo de la celebración del décimo aniversario de este medio, «pens que si una cosa ha caracteritzat aquesta col·laboració periodística ha estat la llibertat absoluta amb què sempre m’hi he expressat. Ni mai ningú no m’ha qüestionat allò que hi escrivia -per molt distant que pogués ser de la seua línia editorial ni jo mateix m’he tallat a l’hora d’expressar-m’hi per mor del públic potencial».
De eso trata la libertad de expresión, la tolerancia y la pluralidad de opiniones. Si no están de acuerdo con lo que opina una persona, debatan, escriban su versión, comenten, intercambien ideas, hablen, y sobre todo razonen, y reflexionen. Porque a veces aprendemos más del que piensa lo contrario que del que piensa como nosotros.
Y por cierto, otra de las columnas de opinión de Pérez-Reverte titulada Sobre miedo, periodismo y libertad dice textualmente «el único medio del mundo actual para mantener a los poderosos a raya es una prensa libre». Nada más que añadir.