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Homicidio voluntario

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Como conocerán, Crónica de una muerte anunciada fue una novela de Gabriel García Márquez publicada en 1981 que, con una técnica novedosa, entre lo periodístico y lo narrativo, principia por el final, desvelando en sus primeras líneas el asesinato de Santiago Nasar, en una pequeña población de Colombia, a manos de los hermanos Vicario, por ser acusado injustamente por Ángela Vicario para salvar su honor y el de su familia, al contraer matrimonio con Bayardo San Román y descubrir éste, en la noche de bodas, que su esposa no era virgen. Su muerte estaba anunciada. Todo el mundo la conocía, pero nadie quiso, pudo o supo evitarla. También aquí, como en la novela, comenzaremos revelando el final de esta historia. Ibiza morirá.
Desde que empezó la temporada hemos sido testigos de cómo una señora se clavaba en el aeropuerto unas tijeras en el cuello y un italiano, pasado de vueltas, revolucionaba un vuelo por una falsa amenaza de bomba. Cómo un reputado disc jockey montaba una fiesta en el mirador de Cala d’Hort, y cómo otros se bebían, junto a alguna que otra más, cincuenta botellas de Moët Chandon por el módico precio de 22.338 euros. Al menos pagaron la cuenta, porque otros hicieron un ‘simpa’ de casi 13.000 euros. Hemos asistido a cómo un taxista se enfrentaba a un pirata en el aeropuerto, a cómo un trastornado lanzaba una piedra a la luna de un taxi y a cómo otros energúmenos se divertían tirando enormes rocas desde lo alto de un acantilado. Hemos visto ya varios robos de relojes y en viviendas de lujo, caídas practicando ‘balconing’, incendios varios, desalojos de viviendas, llegada de pateras y temeridades al volante de todos los colores. Hasta un coche asomando por la fachada de un edificio de aparcamientos. También una agresión al patrón de una embarcación y a otras yéndose a la deriva a pesar del anunciado temporal que muchos se tomaron a broma. Hasta ha habido un barco encallado en s’Espalmador que ha servido de atracción turística, sin que haya faltado la típica experiencia ufológica en las proximidades de Es Vedrá, a la postre un mero reclamo publicitario. Todavía nos quedan por ver las imágenes de gente practicando sexo en lugares públicos. Tiempo al tiempo. Pero, sin duda, y a pesar de todas estas barbaridades, la noticia más lamentable sigue siendo observar las consecuencias del alto coste de la vida y los problemas habitacionales que ello conlleva, verdadero quebradero de cabeza en nuestras islas al que no se le acaba de encontrar solución.
No hago más que replantearme, una y otra vez, qué hago aquí, en un lugar que no es el mío, donde apenas se puede vivir de forma digna a pesar de contar con trabajo fijo y salario holgado. Y me viene a la mente Sonia, la enfermera ibicenca que, con oficio y sueldo, tuvo que abandonar su isla natal en busca de un mejor futuro para su familia. También Karla, la profesora que cogía dos vuelos diarios para desplazarse cada día de Palma a Ibiza para poder trabajar. O los bomberos de Formentera, que se desplazaban dos veces por semana, también desde Palma, para completar la plantilla. Cómo no, todas esas familias desalojadas de Can Rova, incluso con menores, a pesar de abonar el correspondiente alquiler a un desalmado sin escrúpulos, a las que seguirán las instaladas en otras fincas. Y pienso en todas las personas trabajadoras y humildes que, sin hacer mal a nadie, se levantan cada mañana para ocupar sus puestos de trabajo por un salario con el que les alcanza mínimamente para vivir, planteándose opciones que van desde las autocaravanas a las tiendas de campaña, lo que siempre había quedado reservado para quienes no querían o no podían trabajar, pero que ahora es el pan nuestro de cada día. Esta situación, como el mal que viene de Almansa, a todo el mundo alcanza. Otros, los más, optan por poner tierra de por medio y buscar un futuro mejor en otro lugar, porque poder adquirir o alquilar una vivienda por estos lares está al alcance de muy pocos privilegiados. Ya ven, la mano de obra, pública y privada, malvive o emigra. No hay término medio.
Junto a ellos, me viene a la cabeza que cada vez se construyen más viviendas de lujo a precios desorbitados, como las de la denominada nueva Ibiza, pero escasas viviendas de protección oficial o a precios accesibles para cualquier trabajador medio. Ya va la cosa por 7.000 euros el metro cuadrado. Que cada vez hay más beach clubs que ocupan los espacios donde, otrora, las familias disfrutaban de un día de playa a la sombra de las sabinas. Que el turismo familiar ha sido sustituido por el de ricos y discotequeros, no siendo de extrañar que ciertos comercios sufran las consecuencias económicas de una temporada aciaga. Que se aprueba una amnistía urbanística que legaliza las atrocidades realizadas por algunos, perjudicando a quien se limitó a cumplir estrictamente con la legalidad vigente. Que, mientras tanto, la isla está infestada de serpientes que arrasan con la fauna local, llegadas en olivos centenarios que decoran las lujosas villas en las que, en más de una ocasión, se celebran fiestas ilegales. Que cada vez se abren más hoteles de cinco estrellas y restaurantes a 70 euros la ración de arroz con cosas, mientras cierran los bares y comercios de barrio que no pueden soportar el pago de semejantes alquileres. Que nos visita el súper yate de Mark Zuckerberg, valorado en 300 millones de euros, el Lady Lara o el Lady Moura, valorados en 200 y pico millones de euros o el Koru, mega yate de Jeff Bezos valorado en 500 millones de euros, pero que al pueblo se le escapa de entre sus manos el casi centenario Club Náutico. Que se construye un Parador Nacional o un centro cultural en Sa Peixateria, cuando el barrio lo que realmente necesita es un mercado. Que se consumen botellas magnum de champagne a un auténtico pastizal a escasos metros de donde pueden divisarse multitud de autocaravanas estacionadas. Que se niega sistemáticamente la actualización de un plus de insularidad que podría facilitar la prestación de un servicio público de calidad para la ciudadanía. Que cada vez hay más vehículos, incluidas furgonetas negras y coches de alquiler, circulando por las sobrecargadas y limitadas carreteras de nuestras islas, dando positivo en todo.
Y es que por aquí pululan en estas fechas deportistas de élite, cantantes, modelos, actrices y demás personajes de la farándula, junto a ricachones llegados de todas las partes del mundo en sus jets privados para pasárselo teta, pero que desaparecen del mapa cuando el sol ya no aprieta y la música se apaga. Entonces, cuando se hace el silencio, solo se escucha a quienes madrugan para abrir sus negocios, esos que son de aquí todo el año y que, por su culpa, apenas pueden sobrevivir junto a sus familias. Ibiza morirá y, como el asesinato de Santiago Nasar a manos de los hermanos Vicario, nadie quiere, puede o sabe evitarlo. Entre todos la mataron y ella sola se murió. Descanse en paz.

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