Quién no conoce a Tarzán, personaje de ficción creado en 1912 por el novelista Edgar Rice Borroughs, inspirado en William Mildin Russel y llevado por primera vez a la gran pantalla en 1932, de la mano de la Metro Goldwyn Mayer, en Tarzán de los Monos, dirigida por William Van Dyke y protagonizada por el nadador olímpico Johnny Weissmuller, el más famoso de todos los que lo han interpretado, junto a Maureen O’Sullivan, madre de Mia Farrow y suegra de Woody Allen, en el papel de Jane, que también fue interpretado por grandes actrices como Andie Macdowell, Bo Derek o, últimamente, Margot Robbie. A ésta le siguieron multitud de películas, desde Tarzán y su compañera, dirigida por Gibbons en 1934, hasta La leyenda de Tarzán, dirigida por David Yates en 2016, siendo el personaje protagonista de multitud de comics y series de radio y televisión alrededor del mundo.
También recordarán algunos de sus elementos característicos. Además del taparrabos, evidentemente, su icónico grito, creación del propio Weissmuller, o la mona Chita, su inseparable compañera de aventuras. Sus cualidades físicas, con su imponente corpachón, le permitían luchar contra cocodrilos, nadar remontando rápidos o desplazarse entre los árboles colgándose de liana en liana, lo que contrastaba con sus limitadas capacidades lingüísticas. Y es que hemos guardado en el imaginario colectivo la frase «Yo Tarzán, tú Jane» o «Yo Tarzán, tú Chita» que, sin embargo, nunca fueron pronunciadas por el protagonista de esta saga más allá de la expresa frase «Tarzán, Jane, Tarzán, Jane», que derivó en la creación de una especie de modalidad lingüística tipo indio americano rollo Toro Sentado, que incluso empleamos en castellano para relacionarnos con personas que hablan idiomas de los que no tenemos ni pajolera idea. «Tú quedar aquí», «bonito mucho ser», «tú gustar a mí» y tonterías por el estilo, como cuando creemos que sabemos hablar italiano, haciéndolo en castellano, pero añadiendo una i al final de cada palabra, y arreandi que es gerundi. Pero lo verdaderamente grave es que esta modalidad de dialecto se está popularizando en los Juzgados de Instrucción de nuestro partido judicial que, semanalmente, prestan el servicio de Juzgado de Guardia.
Como sabrán, en nuestro país se encuentra reconocido el derecho a la interpretación y a la traducción en el seno de un procedimiento judicial, elemento integrante del esencial derecho de defensa y, por ende, a un proceso con todas las garantías o, lo que es lo mismo, a una tutela judicial efectiva. No se trata de una cuestión baladí si tenemos en cuenta el popurrí lingüístico de los visitantes veraniegos que pululan por nuestras islas y que, habitualmente, desfilan por la nueva sede judicial, resultando imprescindible contar con intérpretes y traductores de calidad para estos menesteres. En concreto, es el artículo 231.5 de la Ley Orgánica del Poder Judicial el que, en lo que se refiere a la jurisdicción penal, se remite a lo previsto por el artículo 124.1 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, precepto que prevé que, como regla general, el traductor o intérprete judicial será designado de entre aquellos que se hallen incluidos en los listados elaborados por la Administración competente, en este caso el Ministerio de Justicia, que adjudicó la prestación de dicho servicio a una concreta entidad privada. Y desconozco si la plantilla de esta entidad especializada es corta o cual es el problema, pero las declaraciones judiciales están derivando hacia el estilo de la única conversación mantenida entre Tarzán y Jane, lo que redunda, en definitiva, en una grave vulneración de los derechos fundamentales de los ciudadanos.
En plena temporada estival no se dispone en Ibiza, de forma presencial, de intérpretes de francés, italiano o rumano, idiomas bastante frecuentes por estos lares. Ni qué decir tiene que la cosa se complica cuando el idioma requerido es el wólof, el chino o cualquier otro igualmente exótico. Cuando es presencial, quien se ocupa del inglés y el alemán, algo también bastante recurrente en nuestro partido judicial, domina perfectamente ambas lenguas, pero no así el español, por lo que de poco sirve. Efectivamente, en la mayoría de ocasiones no hay traductores de estos idiomas básicos para comparecer en dependencias judiciales de cuerpo presente. Su intervención se realiza en remoto, por vía telefónica y con manos libres, con la merma que ello supone para el principio de inmediación, por no decir con el cachondeo que conlleva no saber el intérprete qué concretas frases debe traducir, haciéndolo de cualquier comentario ajeno a la declaración que se pueda realizar en el habitáculo en el que está teniendo lugar, desconociendo por el contrario cuando sí se precisa de su intervención al no poder ver lo que está ocurriendo en el mismo. Al final, y para agilizar, estas declaraciones acaban practicándose tirando de signos, señas y de la lengua de Tarzán o de los indios del lejano oeste, lo que no es serio, la verdad. Se producen episodios como «policía pegar, yo correr» o «¿tuya droga? No», pues fin de la declaración. ¿Se imaginan que son detenidos o son víctimas de un delito en un país extranjero y el traductor judicial que debe atenderles en castellano no lo hace de forma presencial? ¿Imaginan que no es capaz de transmitirle al juez lo que ustedes están afirmando o que ustedes entiendan de qué se les está acusando? Como si uno no llevara ya suficiente susto en el cuerpo. Pocas bromas.
Pero venga, alegría, que repiquen las campanas y corra el vino, que ya ha tenido lugar la apertura del nuevo año judicial y hay que dejar atrás el pasado, en el que se ha prestado durante un año entero el servicio de juzgado de guardia sin aire acondicionado con desvanecimientos generalizados del personal, con constantes cortes de luz que hacen inoperativo todo el sistema complicando la realización de esta ardua labor, con filtraciones de agua en cuanto caen cuatro gotas que hacen impracticables algunas dependencias, con mosquitos derivados de la acumulación de agua en el subsuelo y hasta con un conato de incendio por un cortocircuito que hizo recordar el final del antiguo edificio judicial. Qué divertido, ¡esto parece Jumanji! Pues nada, que a ver si conseguimos durante este nuevo año judicial que comienza que se termine el novísimo pero inacabado edificio judicial y, de paso, que deje de ser una portería de fútbol para los chavales. Que se cree un segundo y necesario juzgado de lo social, facilitándose a su vez un estacionamiento de vehículos para el personal judicial que evite muchos inconvenientes para todos. Que se ponga en marcha un nuevo equipo psicosocial con el que atender las múltiples solicitudes pendientes en materias tan sensibles y delicadas y que, de una vez por todas, se actualice el plus de insularidad que tanta falta hace para fidelizar las plantillas y poder prestar un servicio público de calidad a los ciudadanos a la altura de los elevados impuestos que abonan.
Si se cumplen nuestros deseos lo celebraremos haciendo el famoso grito de Tarzán. Descuiden, sin ponernos un taparrabos.