Desde siempre, ser mujer ha significado aprender a convivir con el miedo. No se trata de sentir miedo ocasionalmente, sino de vivir en él. A los 16 años, muchas aprendimos a medir el largo de nuestras faldas, a no aceptar bebidas de desconocidos, a cruzar la calle cuando la intuición nos alertaba. Pedíamos que nos acompañaran a casa para evitar «incidentes». Hoy, 27 años después, ese manual de supervivencia no ha cambiado mucho.
En el Día Internacional por la Eliminación de la Violencia Contra las Mujeres, es inevitable reflexionar sobre cuánto queda por hacer. A pesar de los esfuerzos por educar desde la infancia, visibilizar y sensibilizar, seguimos atrapadas en una sociedad profundamente machista. Una sociedad donde expresiones como «pegas como una niña» o «no llores como una niña» perpetúan una visión despectiva de lo femenino. Hemos normalizado un lenguaje que refuerza estereotipos y minimiza nuestras capacidades, y aunque día a día luchamos por una igualdad real, todavía nos queda mucho camino por recorrer.
El término «violencia de doméstica» evolucionó hace tiempo hacia «violencia machista», un avance necesario para visibilizar que este problema trasciende el ámbito doméstico. Sin embargo, los casos siguen aumentando, al igual que los asesinatos. Y mientras más mujeres denuncian, se enfrentan también al juicio social: «¿Qué llevaba puesto?», «¿Había bebido?», «¿Dio señales confusas?». Preguntas que desvían la atención del verdadero problema y convierten a las víctimas en sospechosas. A día de hoy ya han sido asesinadas 41 mujeres en este 2024.
Es crucial involucrar a los hombres en esta lucha. No todos son agresores, pero muchos callan ante el machismo que observan. Su papel no es solo el de aliados, sino el de protagonistas en señalar y rechazar estas actitudes. Porque solo entendiendo lo que muchas vivimos a diario —el miedo al caminar solas por la calle, al subirnos a un autobús o al regresar a casa de noche— podrán comprender la magnitud de este problema.
La violencia machista no tiene lugar únicamente en fechas conmemorativas; es una realidad diaria. Es indispensable denunciar esos pequeños micromachismos que parecen inofensivos, pero que son las raíces de un sistema de violencia que puede escalar.
Este no es un problema que nos compete a todas y todos. Como mujer, como madre, como concejala, sé que la igualdad no es un ideal lejano, sino una meta alcanzable si trabajamos juntos. Porque la violencia machista no solo afecta a las mujeres, nos deshumaniza como sociedad. Cambiar esta realidad está en nuestras manos. Somos necesarios todas y todos para construir una sociedad más segura, justa e igualitaria y convertirnos en una sociedad donde no hagan falta días como el 25N.