Hoy en día la forma más rápida y segura de hacerse rico es meterse en política. Desfilar con las juventudes políticas de cualquier partido y aprender a medrar resulta más práctico en cuestiones monetarias que estudiar el master más relevante. ¡Son tantos los dirigentes que no han hecho otra cosa en su vida que trepar por el banano público! Sin rastro en sus ridiculum de experiencia laboral en la esfera privada, ostentan cultura ínfima pero son cum laude en picaresca e hipocresía. Acatan sin rechistar los delirios del ‘puto amo’ de turno, pues ‘quien se mueve, no sale en la foto’. Generalmente su vocación no es servir sino servirse. Y para eso qué mejor que las mayores mafias del Reino, los partidos políticos.
El caso Torrente Abalos, profesor de gimnasia, es tan revelador como el de los públicos savonarolas del solo sí es sí, agresores sexuales en la intimidad. Sus flexiones socialistas lo auparon a un nivel de vida digno de un tiburón empresarial, con un harén de mantenidas a cargo del dinero público. Del Nº 2 se llegará al Nº1, al tiempo, pero al menos sus maniobras de encamamiento son de lo más entretenidas.
Alegan los cínicos que siempre ha sido así, pero resulta más difícil de tragar a estas alturas de la democracia, el menos malo de los sistemas de gobierno, tan dañado por los desmanes de la partitocracia. Y hoy la democracia está en serio peligro de extinción. El sanchismo llegó al poder prometiendo transparencia y decencia y, como todo lo que prometió, ha resultado ser todo lo contrario. Lo contamina todo, lo pudre todo, y encima luce facha de sacristán iluminado, como aquellos raposos que hacían del convento su secta y gallinero. Estos puritanos son muy putos.