Semana Santa

Durante los días de Semana Santa, la Iglesia conmemora los grandes misterios de nuestra Redención. El Jueves Santo intentamos vivir con fidelidad y amor la institución del sacerdocio ministerial y la santísima Eucaristía. La misa crismal, que el obispo celebra con su presbiterio, y dentro de la cual consagra el Santo Crisma y bendice los demás óleos, es como una manifestación de comunión de los presbíteros con el propio obispo. Con el santo crisma se ungen los recién bautizados, los confirmados y las manos de los presbíteros, la cabeza de los obispos y la Iglesia y los altares en su dedicación. Con el óleo de los catecúmenos, estos se preparan y disponen al bautismo. Con el óleo de los enfermos, éstos reciben el alivio en su debilidad. El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido (Lc.4,16-21). La Iglesia comienza el triduo pascual y evoca aquella cena en la cual el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, habiendo amado a los suyos hasta el extremo en el mundo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre, bajo las especies del pan y del vino y los entregó a los apóstoles para que los sumiesen mandándoles que ellos, y sus sucesores en el sacerdocio también lo ofreciesen.
Debemos centrar nuestra atención en los misterios que se recuerdan en la Misa: es decir, la institución de la Eucaristía, la institución del Orden sacerdotal y el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna; estos son los puntos que hemos de recordar siempre. Pedir al Sumo y Eterno Sacerdote nuestro Señor Jesucristo nos mande muchos y santos sacerdotes para el bien de la Iglesia y la salvación de las almas.