El vino, el aceite, la sobrasada marcan la frontera entre el mundo civilizado y los bárbaros. En Ibiza y Formentera se producen desde hace milenios y concentran la fuerza telúrica de unas islas sagradas, portando a las venas brío, salud y gozo de vivir. Nada que ver con la vulgaridad de tantas cadenas globales de hamburguesas de gusto-susto estándar, que son causa directa de brutas, tristes y fofas generaciones.
La patata (como el chocolate, tabaco, maíz, tomate y las esplendorosas mulatas) vino tras el descubrimiento del Nuevo Mundo, una aventura tan colosal que deja a las exploraciones de Elon Musk en simples viñetas con aire encapsulado de Flash Gordon. El resto del mundo se enamoró de lo que luego se llamaría América, y la patata, además de provocar el mayor éxodo de Irlanda, creció de forma maravillosa en Ibiza, siendo reconocida como una de las mejores del planeta.
Recuerdo cómo en el laureado restaurante Hispania, las hermanas Rexach ya ofrecían la patata ibicenca para acompañar la langosta. A esa antigua fonda de camioneros acudía frecuentemente en compañía de Luis Racionero, tan querido que le guardaban en la bodega sus botellas de Borgoña. Y qué decir del añorado Cana Joana, donde la periodista metida a cocinera, Juana Biarnés, se dedicó a hacer una cocina sabrosa y excelente, dando protagonismo a la patata ibicenca en unas jornadas memorables donde se podía gustar el patato con caviar de erizo de mar.
Por eso me alegra mucho la semana de la patata que organiza San José, a la que se han sumado numerosos garitos que no olvidan las buenas tradiciones. Bueno es dar protagonismo a los sabores isleños en medio de tanta confusión turística.
Viva la patata ibicenca y viva Ibiza!!!