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Opinión

Juez Dredd

| Ibiza |

Corre el año 2099 en Mega City Uno, la ciudad más peligrosa, extensa y poblada del planeta. En ella los jueces imparten justicia actuando como policías, jurados y verdugos estando facultados para detener, juzgar, condenar y ejecutar a los criminales en el mismo acto gracias a su enorme destreza, intensa formación y puntero armamento. Joseph Dredd es el más infalible de todos ellos. Ejerce con puño de hierro una defensa extrema de la ley administrando justicia de forma inmediata, lo que fomenta su respeto y admiración entre la población, pero también le reporta multitud de enemigos como los perversos jueces oscuros, entre los que destaca su líder, el juez muerte, junto a otro puñado de malvados villanos de corte fantástico de lo más variado. Este es el argumento de Juez Dredd, un comic británico de ciencia ficción, distópico y de estilo cyberpunk que fue creado con el ánimo de fomentar la crítica social por el guionista John Wagner y el dibujante español Carlos Ezquerra viendo la luz por primera vez el 5 de marzo de 1977 en el segundo número de la revista 2000 AD. Este superhéroe británico de ficción también inspiró la canción I am the law de la reconocida banda estadounidense Anthrax y hasta dos películas, una estrenada en 1995, dirigida por Danny Cannon y protagonizada por Sylvester Stallone, considerada como uno de los fracasos más sonados de la historia del cine, y otra dirigida por Pete Travis en 2012 que gozó de una imponente interpretación del personaje a cargo de Karl Urban, pero que obtuvo una taquilla decepcionante.

Vivimos un momento de especial caos y crispación con la justicia en el epicentro de todas las iras. La ignorancia y el desconocimiento, alimentadas por interesadas actuaciones de ciertos actores y sectores de nuestra sociedad, han propiciado que se aumente desproporcionadamente la confusión existente sobre cuestiones jurídicas básicas y se genere tanto odio y confrontación que la cosa alcanza ya tintes más propios de la pura, simple y llana desobediencia más recalcitrante que de la mera queja, protesta o desacuerdo. Parece que todo vale en un momento en que la desconfianza en las sólidas y tradicionales instituciones del Estado se tambalea a marchas forzadas por obra y milagro de nadie y de todos a la vez. Ya saben eso de que entre todos la mataron y ella sola se murió. La ausencia histórica y reiterada de inversión en la hermana fea de la Administración Pública ha traído consigo un panorama desolador hasta dejarla reducida a un enorme y complejo armatoste que se mueve lenta y torpemente. Las críticas exacerbadas a las resoluciones judiciales desde todos los ámbitos, el tufo político e interesado que destilan sus controladas altas instancias y los constantes ataques a su independencia no han hecho más que alimentar el recurso al manido ojo por ojo y diente por diente traducido ahora en el peligroso eslogan de solo el pueblo salva al pueblo.

Todo comienza por una inocente cancha de fútbol imaginaria en la que sus porterías se insertan en los soportales del edificio judicial. El incesante bombardeo de balonazos ocasiona múltiples daños materiales a diario e incluso llega a derivar en la agresión a una trabajadora del servicio de limpieza que, por culpa de una patada voladora de un mocoso sin principios ni escrúpulos, sufre una dolorosa fractura de costilla. De forma paralela la diversión se traslada al absurdo juego de intentar encalar en sus balcones pequeñas botellas de agua rellenas de piedras y, como colofón, se produce un lanzamiento masivo de huevos contra su fachada durante una terrorífica noche de Halloween. ¡Bah! Si no pasa nada, son chiquilladas sin importancia ¡ay que ver como se ponen por nada! Pero la madrugada del día 25 de mayo un cobarde encapuchado realizó enormes grafitis con pintura azul en la pared de los juzgados. No contento con su peculiar obra de arte intentó causar un auténtico desaguisado al prenderle fuego a unas bolsas de basura en la puerta de acceso al edificio que hizo explotar los aerosoles depositados en su interior como si de una auténtica bomba de fabricación casera se tratara. Además de la pintura en la pared, de la que parece que únicamente interesa su misterioso texto, la fechoría se saldó con la rotura de una costosa vidriera que pagamos todos, no lo olviden. Pero la broma podría haber acabado perfectamente igual que el intencionado y grave incendio que asoló la antigua sede de los juzgados provocando la paralización de toda la actividad judicial en Ibiza y Formentera.

Se olvida o ignora constantemente que los jueces y magistrados aplican las leyes que crean otros. Si por un delito de homicidio involuntario al conducir bajo los efectos de bebidas alcohólicas o por un delito de usurpación de viviendas se prevén penas consideradas como irrisorias por el grueso de la población, deberían dirigir sus iras hacia quien aprueba las normas para que se modifiquen. Si el juez adopta como medida cautelar la prestación de fianza y fija el importe de la misma en una cantidad que pudiera considerarse por algunos como insuficiente, deberían saber que se adopta porque está vinculado por la petición que realizan las partes del procedimiento y, en particular, por el ministerio fiscal, por lo que si les parece exigua deberían pedir explicaciones a quien la solicita, que no así a quien la acuerda. Si la tramitación de los procedimientos se demora en el tiempo por falta de medios personales y materiales deberían cargar sus tintas contra quien debe proveerlos en lugar de contra quien intenta ejercer su trabajo con precariedad. Y si consideran que pueden hacerse las cosas mejor adoptando concretas decisiones o medidas, deberían conocer las competencias que a cada uno le corresponden para exigirle a quien toque, y solo a él, que las adopte. Pero estos actos, que no solo atentan contra el orden público sino contra los principios democráticos que sustentan nuestra convivencia, no pueden seguir tolerándose. Se encuentran en las antípodas del necesario respeto debido a los valores que inspiran nuestro Estado de Derecho y tan solo constituyen una alarmante demostración de la falta de respeto que predomina actualmente en nuestra sociedad sobre las instituciones más básicas y esenciales y no precisamente como fruto de la mera casualidad.

Hay quien todavía cree que los jueces tienen un poder omnicomprensivo como si de personajes de cómic se tratara. Que pueden detener, condenar y ejecutar a los delincuentes en el mismo acto como ocurre en la peligrosa Mega City Uno. Nada más lejos de la realidad. Esta posibilidad solo acontece en un mundo de ficción ideal, que no es el caso. Porque en la vida real hay normas que imperativamente aplicar, procedimientos que obligatoriamente respetar y derechos y garantías que necesariamente preservar por quienes se encuentran sometidos exclusivamente al imperio de la ley en el ejercicio de la compleja labor de impartir justicia, aunque ello suponga, visto lo visto, tener que granjearse multitud de enemigos que disparan sin compasión desde todos los flancos. Si prefieren algo distinto siempre pueden recurrir a las formas del Juez Dredd. Pero piensen que alguna vez también pueden ser ustedes a los que ejecute.

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