A vueltas con los asentamientos

Si todo va según lo previsto, el próximo día 15 se llevará a cabo el desalojo de Can Rova II. Una acción que dejará de nuevo sin espacio a las cerca de 300 personas que ahora viven en ese asentamiento. Y una acción que muy probablemente dé lugar al futuro Can Rova III. Porque, por mucho que desalojen, mientras esa gente tenga trabajo aquí, seguirá necesitando un lugar en el que vivir.

El problema de los asentamientos nos retrata como sociedad. Ahí están los mezquinos, que son los que no dudan en decir con mucho histrionismo «que se vayan, aquí no caben». Están los aprovechados, que son, por ejemplo, los que les cobran bajo cuerda por un trozo de su terreno rústico, es decir, sin posibilidad de aprovechamiento legal. Están también los que desde la política aseguran con gran pomposidad «no podemos normalizar este modo de vida en la isla», como si la isla estuviera al margen de los males que asolan a buena parte de Occidente. Y están los ingenuos, como Guadalupe Nauda, que intenta tocar la fibra humana donde solo existen normas e intereses.

Si los asentamientos fueran poblados donde se vende todo tipo de drogas y se trapichea mañana, tarde y noche, el problema sería diferente. Si fueran campamentos de inmigrantes irregulares, lo mismo. Pero son asentamientos en los que la mayor parte de los residentes son personas que trabajan, con contrato. Personas que tienen un proyecto de vida que está en el aire por culpa de quienes, a un lado y al otro, han convertido la vivienda en un bien de lujo al que los residentes, vivamos donde vivamos, no tenemos acceso.

El fracaso de las políticas de vivienda de Armengol y compañía es evidente. Pero el de Prohens y los suyos no es menor. El programa Lloguer Segur no ha conseguido ni 20 pisos en Ibiza. Es una broma de muy mal gusto que nos sigan hablando de que los propietarios necesitan seguridad jurídica. Por ahí no van los tiros.